Recuerda usar la transcripción gratuita del episodio y las flash cards de vocabulario para aprender mucho más. Puedes obtener los dos recursos en la página web WWW punto Spanish Languagecoach punto com. Por cierto, he visto que algunas personas empezaron a usar las flashcards de vocabulario después de escuchar el último episodio sobre cómo aprender nuevas palabras de forma eficiente, así que espero que os haya ayudado. También te recuerdo que ahora mismo están abiertas las inscripciones a mi curso Español Ágil, un curso online para estudiantes de nivel intermedio. Puedes inscribirte hasta el día nueve de junio, en el que se cierran las inscripciones a nuevos estudiantes.
En mayo del año dos mil veintiuno abrí por primera vez las inscripciones al curso, y la verdad tenía bastante miedo de que a nadie le interesara, de que nadie o muy pocos estudiantes se inscribieran. Afortunadamente no fue así y en estos dos años muchas personas han completado el curso y aprendido con él. Mil gracias de verdad por vuestra confianza en mi trabajo. Y una de esas personas que decidieron hace unos meses inscribirse fue Carolina, de Bélgica. Ha querido compartir su historia conmigo.
Hola, chicos y chicas. Me llamo Carolina, soy belga, pero vivo en España hace diez años. Tengo que decir que escribir en español lo encuentro bastante fácil, pero sigue sigo tener problemas en hablar. Un día encontré el podcast de César y empecé a escucharlo. Me gustaba mucho y vi que también hubo un curso español ágil.
En principio, tuve mis dudas porque no estaba segura de que el curso sería adecuado para mí. Pero empecé a finales de marzo y la semana pasada completé el curso. Después de dos meses ya tengo mi certificado del curso, lo que, según César, es muy rápido. Pero es que el curso me encantaba muchísimo. Intenté estudiar cada día, más o menos, una hora.
La forma en que César explica la gramática es fenomenal. Siempre yo tenía problemas con los pasados y el subjuntivo, como la mayoría de los estudiantes, pero ahora entiendo todo mucho mejor. No digo que no hago errores nomás, pero creo que mi nivel de español ha mejorado mucho, gracias a Cidraj. Os deseo todos mucha suerte en el aprendizaje de español. Saber hablar español me ha abierto puertas y espero a vosotros también.
Un saludo y gracias, Zetaur.
Pues sí, aprender un idioma es la posibilidad de abrirse puertas a la cultura, a las gentes que hablan el idioma y a una nueva perspectiva del mundo. No puedo estar más de acuerdo contigo. Carolina, la verdad es que ha completado el curso en tiempo récord, pero recuerda que el acceso es ilimitado, así que lo puedes hacer a tu propio ritmo, no hay un deadline para completarlo, no hay una fecha límite. Tienes toda la información sobre el sobre el curso en la página web. Y ahora quiero empezar hablándote de doña Feli, y tú te preguntarás, ¿quién es esta mujer, César?
Bueno, pues es una mujer a la que yo conocí cuando tenía seis años, aproximadamente. Ella ya era una mujer muy mayor, calculo que tendría más de ochenta años. Su aspecto era muy peculiar, difícil de olvidar. Era muy delgada y siempre la recuerdo con unas gafas muy grandes y doradas, con muchas joyas en las manos, muchos anillos en los dedos, muchas pulseras de oro que sonaban constantemente cuando movía las manos, y también un signo muy distintivo de doña Feli eran sus labios pintados de rojo. Siempre usaba el mismo pintalabios rojo, tenía unos labios muy finos, pero siempre pintados, siempre maquillada.
Creo que probablemente era una de las personas más mayores con las que yo tenía contacto cuando era tan pequeño, porque mis abuelos tenían entonces unos setenta años. Ella era la directora de mi colegio, un colegio al que fui durante prácticamente toda mi infancia, desde los seis años hasta los dieciséis. Es como el colegio de mi vida, estuve allí diez años, y el contacto que yo tenía con doña Feli era prácticamente semanal durante pocos minutos, y es que en esa época, te hablo de hace casi treinta años, íbamos a su despacho, a su oficina, a su despacho de directora a pagar cosas. Podíamos pagar desde bolígrafos, lápices, gomas para borrar que comprábamos allí, cualquier tipo de materiales escolar que comprábamos en el mismo colegio, y ella era la encargada de cobrarnos y teníamos que pagar en efectivo. Hacíamos cola silenciosamente, uno detrás de otro, para comprar lo que necesitáramos esa semana.
Y también si algún día me quedaba a comedor, quedarse a comedor era comer en el colegio, pues tenía que ir a pagar el menú de ese día, porque eran días puntuales, no siempre comía en el comedor. Entonces iba y pagaba, creo que eran quinientas pesetas lo que costaba quedarse un día en el comedor, quinientas pesetas son tres euros. Recuerdo también que doña Feli tenía fama de ser muy tacaña. Si te faltaban dos pesetas, te decía, bueno, te vendo el boli, pero mañana me tienes que traer las dos pesetas, porque dos pesetas son dos pesetas. Tenía fama de esto, de tacaña, de darle una importancia exagerada a pequeñas cantidades de dinero.
A mí la verdad es que me daba un poco de miedo la figura de doña Feli, solo el nombre ya me daba un poco de miedo, porque era la única doña que conocía, y generaba mucho respeto entre los estudiantes que éramos, pues, niños muy pequeños. ¿Y por qué te estoy hablando de ella? Bueno, pues porque hace poco recibí una invitación por el setenta y cinco aniversario de este colegio, donde doña Feli era directora a mediados de los noventa. Van a hacer una cena, un evento en Valencia, y están invitando a antiguos alumnos para celebrarlo. Te he empezado a hablar de doña Feli porque a través de esta invitación he conocido la historia del colegio y me ha parecido una historia muy entrañable, muy bonita, que quiero compartir contigo.
Creo que el colegio es un lugar bastante especial donde tenemos muchos recuerdos de nuestra infancia, de nuestros primeros años, y para mí este colegio lo fue, y me ha encantado conocer después de tantos años la historia del colegio y la historia de doña Feli. Primero quiero decirte por qué yo cambié de colegio, cómo llegué al colegio donde doña Feli era directora, porque obviamente yo estaba escolarizado en otro colegio antes de los seis años, pero a los seis años mi madre decidió cambiarme de colegio y la verdad es que mi entrada en este nuevo colegio no empezó con buen pie. Mi madre dice que cuando me comunicó que iba a cambiar de colegio yo no me lo tomé nada bien, nunca me había visto tan enfadado. Ya te digo, yo tenía seis años. Me cuenta que me enseñó el uniforme de este nuevo colegio al que iba a ir y yo le dije muy enfadado, yo esa mierda de uniforme no me la voy a poner.
Entonces, claro, a mi madre le sorprendió que usara esa palabra y que estuviera tan enfadado. Yo imagino, no lo recuerdo bien, pero imagino que los cambios no me gustaban a pesar de que en el anterior colegio, el colegio en el que estaba antes, la situación no era muy buena. De hecho, mi madre decidió cambiarme porque en ese colegio nuestra profesora nos pegaba, pegaba a los niños. Y es muy interesante porque yo de ese colegio solo tengo dos recuerdos. El primer recuerdo es jugar en el patio.
El patio es el espacio fuera de la clase, fuera del aula, donde normalmente comes un bocadillo a las once de la mañana, es como la pausa de media hora entre clases. Entonces, pues estás jugando con tus amigos, y yo recuerdo algunos días estar en el patio y jugar con bichos bola, estos bichos que cuando los tocas se hacen una bola, estos chicos, estos bichos grises. Había muchos, muchos en ese patio. Y luego, mi otro recuerdo es menos positivo, cuando la profesora me pegó, me pegó una vez, me pegó una leche, una leche es una bofetada en la cara, y lo recuerdo vívidamente. Ella nos había enseñado a dibujar pájaros de una determinada forma, y yo hice un dibujo donde había pájaros y los dibujé, pues, de otra forma diferente.
Y recuerdo que me dijo algo así como, ¿eso qué es? Y yo dije, ¿son pájaros? Y me dijo, ¿así es como te he enseñado a dibujar? Y sin más, sin mediar palabra, sin decir nada más, me pegó una leche, me pegó una bofetada. Era como la señorita Tranch Bou en Matilda, donde no solo nos hablaba de forma muy desagradable, sino que también llegaba a ser violenta físicamente.
Bueno, yo imagino que se lo conté a mi madre y mi caso no era el único, por lo visto era bastante común en esta mujer que se le fuera la mano y que pegara a los niños frecuentemente, y obviamente, pues mi madre decidió cambiarme de colegio antes de que se aclarara la situación. Poco después, esta mujer fue despedida. Yo me alegro mucho porque no solamente me libré de la señorita Transpulse, sino que acabé en un colegio del que guardo grandes recuerdos, un colegio que tiene un lema desde sus inicios. Un lema es como un eslogan. El lema es al éxito por el esfuerzo.
Cuando era pequeño no entendía muy bien qué significaba eso, pero sí que es verdad que las personas que me enseñaron supieron transmitirme muy bien esa idea. Te he hablado de doña Feli, de lo que yo recordaba, pero ahora te quiero hablar de la historia de doña Feli desde el principio, sesenta años antes de la doña Feli de la que te he hablado. Quiero contarte lo que he descubierto en los últimos días después de recibir la invitación a la fiesta del setenta y cinco aniversario del colegio. Y es que este colegio tiene una historia que va mucho antes, o que empieza mucho antes, de la Guerra Civil Española. La Guerra Civil Española tuvo lugar entre mil novecientos treinta y seis y mil novecientos treinta y nueve.
Antes de la Guerra Civil, dos jóvenes maestros en Valencia, llamados Felicidad, también conocida como doña Feli, años después, y Francisco eran pareja y también eran profesores, eran maestros. Dos profesores con mucha vocación, con mucho entusiasmo, pero con la aparición de la guerra civil, pues su trabajo se complica y enseñar se convierte en algo casi imposible en algunos lugares. Justo cuando su carrera vocacional como profesores estaba empezando, estalló la guerra civil, como he dicho, que dura tres años. He intentado buscar información sobre cómo era la situación y la escolarización de los niños en esos tres años de guerra, y claro, en general la situación era muy compleja. También dependía mucho de la región donde estuvieras viviendo.
Había niños que continuaron yendo a la escuela de forma más o menos normal, otros que no iban nunca a la escuela, otros que iban cuando podían. Muchas escuelas se destruyeron. A veces las iglesias actuaban como escuelas, en general era un contexto complicado durante la guerra y también después de la guerra, en la posguerra. Al final, incluso habiendo acabado la guerra, España estaba en ruinas, con una situación económica muy mala, muy precaria, y la educación era un lujo, porque la mayoría de familias, las familias trabajadoras, tenían muchas dificultades económicas, y la prioridad no era la educación, la prioridad era sobrevivir. Así que doña Feli, que en ese momento era simplemente la señorita Felicidad, bonito nombre, ¿verdad?
Decidió volver a su trabajo, su vocación, junto a su marido Francisco. Volvieron a ser profesores durante la posguerra y lo hicieron yendo a las casas, a las casas de los niños, a casas particulares, a enseñar a los niños de la huerta valenciana. La huerta valenciana es el espacio de tierra donde se cultivaba todo tipo de verduras especialmente. Cuando hablamos de la dieta mediterránea, siempre hablamos muchas veces de verduras, y la huerta valenciana es famosa por la calidad de sus cultivos, especialmente el tomate. El tomate valenciano es un verdadero tesoro.
¿Y qué hacían? ¿Cómo se ganaban la vida, Felicidad y Francisco, yendo a estas casas? Pues enseñaban a los niños y recibían su salario en dinero a veces, otras veces no, y también a cambio de otras cosas. A veces recibían su salario en especies, Pues a lo mejor una persona les daba algo de comida o les hacía alguna algún arreglo en la ropa o les ayudaba con un arreglo mecánico en la bicicleta. Al final, la gente en situaciones tan precarias se tenían que buscar la vida, se tenían que buscar soluciones, y los intercambios económicos eran mucho más creativos porque el dinero escaseaba.
Algo que escasea es que no es abundante. El caso es que, poco a poco, pasando los años, estos dos maestros, Felicidad y Francisco, que van de casa en casa enseñando a los niños, pues se hacen un nombre, se hacen conocidos en la zona de la huerta valenciana gracias al boca oído. Cuando algo se hace conocido, gracias al boca oído, es porque la gente de forma espontánea, recomienda a esas personas o ese producto sin necesidad de hacer publicidad. Poco tiempo después deciden alquilar un pequeño local. Un local es un espacio en la calle, a nivel de la calle, donde puedes montar un restaurante, una tienda o, en el caso de los protagonistas de mi historia, un pequeño colegio.
Un colegio muy pequeño, donde solo había dos grupos, un grupo de chicas cuya profesora era Felicidad y un grupo de chicos cuyo profesor era Francisco. Aunque no he podido encontrar información específica de lo que pasaba en mi colegio en los años cuarenta, es posible que algunas de las asignaturas que aprendía el alumnado en esos años fuera diferente dependiendo de su sexo. Cuando acaba la guerra y Franco llega al poder, se estableció una división clara entre la educación masculina y femenina. A las niñas se les enseñaba principalmente habilidades consideradas adecuadas para su futura vida como amas de casa y madres, mientras que a los niños se les preparaba para roles más orientados al trabajo y la política. Independientemente de la situación política y social del país, la joven pareja de profesores poco a poco crea una institución en el barrio, su nombre se hace más grande y todos los padres quieren que sus hijos estudien en este colegio.
Pasan los años, llegan los años cincuenta, sesenta, setenta, ochenta, y llega a ser un colegio que llega a tener a seiscientos cincuenta estudiantes cada año. Yo fui uno de esos estudiantes durante diez años, entre los noventa y los dos mil. De hecho, mi orla imagino que todavía está en el edificio colgada en alguna pared. La orla es la imagen de todos los estudiantes de una promoción. Acabas el colegio o cuando acabas la universidad, te dan una foto grande con la orla, con las fotografías de todos tus compañeros de promoción y con los profesores que te han enseñado ese último año.
Yo recuerdo que cuando estaba en el colegio me gustaba muchas veces mirar las orlas de generaciones anteriores y siempre me reía con mis amigos de los feas que estaban las personas en décadas anteriores con gafas muy extrañas y estilos de pelo imposibles. Recuerdo a gente de los setenta, de los ochenta, aunque en realidad hay orlas anteriores a esas décadas. Hay orlas incluso de los años cuarenta que he podido ver en la página web. Pero claro, no había espacio para todas las orlas, así que imagino que las más antiguas las tienen que ir quitando de las paredes conforme llegan nuevas generaciones. Yo imagino que mi Orla todavía está en la pared del colegio, pero llegará el momento, llegará un día donde también alguien la quitará y la guardará en un cajón para ser reemplazada por otra de una generación más nueva.
Es ley de vida. La verdad es que no sé si esta historia te ha gustado o te ha parecido un poco random, un poco irrelevante, pero quería compartirla contigo por varios motivos. El primero es que recibir esta invitación me ha hecho querer volver a esa época, a esos diez años en el colegio, a ver fotos y vídeos que guardo en mi ordenador, a recordar a los amigos que pensaba que iban a ser para toda la vida, a los profesores que me motivaron y que de vez en cuando me daban una palmada en la espalda. Pasamos tantas horas en el colegio, creo que es una una parte fundamental de nuestra formación, no solo académica, sino también vital. Volver a esos años me ha hecho volver a conectar con el niño que fui, algo que sin saber muy bien por qué necesito hacer de vez en cuando.
Y no creo que sea una cuestión del síndrome de Peter Pan, porque asumo mis responsabilidades adultas, pero al mismo tiempo no quiero nunca dejar ir al niño interior, porque creo que es una muy buena guía para ser más disfrutones, más curiosos y creativos. Dicen que calificamos a un libro como bueno cuando lo leemos en el momento oportuno, y creo que es lo que me está pasando con el libro que estoy leyendo ahora. La protagonista, entre otras cosas, explora su propia infancia a través de la infancia de su hija. Y hay una cosa que dice que me gustó mucho, dice, los niños saben muy bien cuando alguien los está creyendo, Mi infancia no está tan lejos como para haberme olvidado de eso. Esa misma frase que dice la protagonista es un pensamiento recurrente para mí.
Mi infancia no está tan lejos como para haberme olvidado de lo que significa ser un niño, y me gustaría no olvidarlo nunca. El segundo motivo por el que ha sido un regalo para mí descubrir la historia de mi colegio ahora es porque me ha ayudado a conseguir una pieza de puzzle. Mira, yo veo la vida un poco como un puzzle, un puzzle que tú tienes que ir montando poco a poco, un puzzle que es único para ti, nadie tiene el mismo. Las piezas de puzzle las vas descubriendo poco a poco y van cogiendo forma. A veces estas piezas de puzzle no aparecen, son preguntas, son cosas que no entiendes y dejan un espacio en tu puzzle, dejan un pedazo de tu puzzle incompleto.
Esta historia me ha dado una pieza para mi puzzle, me ha dado una respuesta. Yo no entendía por qué esa señora tan vieja era tanta caña y estaba tan obsesionada con el dinero y con que nos comiéramos toda la comida del plato. De verdad que me daba un poco de miedo su presencia. Sabiendo su historia he entendido cómo la señorita Felicidad se convirtió en doña Feli. Esta pieza me ha ayudado a entender por qué era así, por qué se comportaba así, y, sobre todo, por qué el lema del colegio fue desde el comienzo al éxito por el esfuerzo.
Esto me hace pensar también en cómo cuando aparece una pieza de puzzle respondiendo a una a una pregunta y la colocas, aparecen nuevos espacios, nuevas piezas que debemos encontrar. Me hace pensar en lo importante que es disfrutar del juego como un niño, saber que nunca vamos a ser capaces de completar el puzzle, nunca vamos a acabarlo, y no pasa nada, está bien. No hay que tener todas las piezas para disfrutar de la belleza de nuestro trabajo, de nuestro viaje. Hay algo más bello todavía que tener un puzzle completo, y es saber que nunca vamos a acabarlo, que los que vienen después detrás de nosotros, los que nos reemplazan en la orla, en la pared del que un día fue nuestro colegio, continuarán buscando las piezas que nos faltaron. Es ley de vida.
Estudiante, nos escuchamos en el próximo episodio, un abrazo grande.