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Esto es RAW ambulantes. Soy Daniel Alarcón. Hoy empezamos en el norte de Nuevo México, Estados Unidos, en una meseta que se llama Pajarito. Un territorio inmenso con desiertos y bosques a más de dos mil metros sobre el nivel del mar, atravesado por cañones muy profundos. Son kilómetros llanos, marrones, amarillos y verdes con árboles grandes de diferentes tipos y arbustos parecidos a las plantas rodantes de las películas de vaqueros.

Esta parte del país fue primero un territorio indígena nativo americano, luego un territorio español, después parte de México y, finalmente, fue comprado por Estados Unidos a mediados del siglo diecinueve. Por eso, es un estado muy diverso étnicamente, donde el idioma se volvió una forma de diferenciarse entre sí. Ahí han estado y siguen estando los que hablan teua, apache, navajo, inglés, español. Estos últimos y sus descendientes se llaman a mismos hispanos. Y en los años cuarenta, la meseta pajarito estaba habitada por unas treinta y seis familias que eran, en su mayoría, hispanas.

Una de ellas era la de Ivonne Montoya.

Uno de mis tatarabuelos tenía una granja allí, tenía una casa de dos pisos y caballos marranos, gallinas.

Era una granja de cincuenta hectáreas, un terreno muy grande, pero de un tamaño promedio entre los vecinos del lugar. Además de criar animales, se dedicaban a cultivar frijoles, trigo y maíz, entre otras cosas. Algunos,

como

los tatarabuelos de Ivon, solo usaban sus terrenos como granjas de cultivo, pero sus casas quedaban en los valles, más abajo. Otras, en cambio, vivían en la meseta todo el año. Sus mayores preocupaciones eran buscar agua, lidiar con la altura y amaestrar el terreno, pero por lo demás vivían tranquilos. Hasta mil novecientos cuarenta y tres, cuando varios comenzaron a recibir visitas inesperadas.

Llegaron gente en uniforme de ejército o policía militar con pistolas y decía, tienes que ir ya y no puedes regresar. No puedes regresar por tu ganado, no puedes regresar por la comida. La gente estaba bien confundidos porque no hablaban inglés y los militares no hablaban español, entonces fue una confusión.

Pero frente a unos uniformados con armas, los habitantes de la meseta no pudieron hacer más que obedecer. No había manera de resistirse.

El vecino de mis tatarabuelos tuvieron que llevarlo a fuerzas porque no quería, no quería salir. ¿Por qué? Es mi es mi casa.

Entonces, los residentes de pajarito recogieron todo lo que lograban cargar en sus brazos o poner en carretillas, y terminaron abandonando el lugar donde habían vivido por generaciones.

En esos momentos no había camino, tuvieron que navegar piedras grandísimas, es una subida difícil y ellos llorando, las mujeres, los niños llorando, no sabían lo que estaba pasando, Y me imagino miedo, me imagino en estaban

enojados. Así, una comunidad con ochenta años de historia fue destruida. Para los residentes de Pajarito fue una tragedia que no tenía explicación y luego vendría algo aún más cruel. Aunque sus tierras nunca más les volvieron a pertenecer, a los pocos meses los mismos que los expulsaron terminaron llamándolos de vuelta, pero esta vez como trabajadores.

Y según las historias, la gente llegaron ahí para trabajar llorando porque tuvieron que trabajar en lo que eran

sus sus casas,

llorando porque acordaba de lo que pasó y lo que perdieron.

Y estos antiguos pobladores terminarían construyendo ahí mismo lo que serían las instalaciones de un proyecto ultrasecreto, un proyecto que, sin exagerar, cambiaría la historia de la humanidad. Ya volvemos. Este episodio viene con el apoyo de Noticias Sin Filtro, una app que te conecta con el periodismo independiente de Venezuela. Cada vez más, el acceso a la información en países de América Latina está en riesgo. Los bloqueos a medios de comunicación independientes y las restricciones al uso de plataformas impiden llegar a información verificada y confiable.

Y en lugares como Venezuela, para la gran mayoría de la población, se está volviendo cada día más difícil encontrar las noticias que necesitan. Con noticias sin filtro en tu celular o en tu tablet, puedes acceder a fuentes independientes para mantenerte informado. Las noticias de los principales medios independientes del país, videos, programas de radio locales y podcast, todo en un solo lugar. Esta aplicación es una herramienta que puedes descargar a cualquier celular hecha en alianza con medios independientes venezolanos para que la información esté siempre a tu alcance. Estamos de vuelta en RA ambulante y la periodista Natalia Sánchez Loaiza nos sigue contando.

En marzo de dos mil veinticuatro, me encaminé hacia la meseta Pajarito. Fui con Alicia Romero.

Que también para es como la primera vez que digas. Pues antes con mi abuelo, con mi mamá,

pero hacemos veinte años hacemos todo.

Alicia es historiadora y curadora del Museo de Albuquerque, la ciudad más grande de Nuevo México. Dice que hace más de veinte años no visitaba la meseta pajarito. Sus abuelos fueron algunos de los hispanos que trabajaron construyendo aquel proyecto ultrasecreto. Durante meses, todas las mañanas los llevaban en buses para trabajar. Tenían que presentar un permiso de entrada en una caseta que hoy en día ha reconstruido en el mismo punto donde siempre estuvo.

Cuando estábamos por llegar, Alicia me la señaló. Ahí mismo nos bajamos y caminamos hacia allá. Es un poco más grande que una caseta normal, una cabaña blanca pequeña de un solo cuarto. Hoy en día tiene un cartel muy grande encima, también blanco con letras negras que dice Los Álamos Project Main Gate, la puerta principal del proyecto Los Álamos. Ya no está en funcionamiento y solo se mantiene como un atractivo turístico.

Cuando entramos, vi unos folletos informativos. Uno me llamó la atención. Este es el de debería ser de de las familias que vivían acá. Ajá. Estaba en inglés y promocionaba un recorrido por las granjas históricas del lugar.

Lo abrí y lo leí rápidamente intentando encontrar más sobre quiénes habían vivido ahí antes de que llegara el proyecto. Pero en vez de eso, encontré otra cosa.

¿Hay un golf courit?

Ah, sí, claro. No, tienen un dineral aquí.

El folleto tenía un mapa y mostraba dónde quedaba el campo de golf, la cancha de tenis, un parque, un cementerio, un estacionamiento. Guardé el folleto en mi bolsillo junto a otros más y nos regresamos al auto. Ahí seguí leyéndolo, solamente se mencionaba a tres familias hispanas de la meseta, pero en ninguna parte cómo las expulsaron junto a las otras. En cambio, decía otra cosa. Se lo leí a Alicia.

Decía que la vida cotidiana de los granjeros de esa meseta había terminado abruptamente a finales de mil novecientos cuarenta y dos, cuando el ejército eligió Los Álamos como sitio para el Proyecto Manhattan, el proyecto ultrasecreto para crear la primera bomba nuclear. Y, bueno, acá un poco de historia. En mil novecientos treinta y ocho, dos científicos alemanes descubrieron la fisión nuclear. Básicamente, es una reacción en la que el núcleo de un átomo se divide en núcleos de átomos más ligeros. Si esta reacción se produce en cadena descontrolada, es posible que produzca la liberación de muchísima energía.

Al año siguiente, cuando oficialmente estalló la Segunda Guerra Mundial, un físico húngaro, Leo Silar, identificó que esa fisión nuclear podría ser utilizada para crear armas. Armas muy poderosas, armas atómicas, armas que la humanidad nunca había presenciado. Así que preocupado, le escribió una carta al presidente estadounidense, en la que le advertía que la Alemania nazi podría construir una bomba extremadamente poderosa, que los podría ayudar a ganar la guerra en un abrir y cerrar de ojos. El físico le entregó esta carta a su colega Albert Einstein y le pidió que la firmara a su nombre y la enviara. Einstein mandó el aviso.

El gobierno hizo caso a esa alerta, y supuso entonces que la única forma de contrarrestar el peligro era que Estados Unidos desarrollara antes que los nazis esa arma tan poderosa. Otras potencias llegaron a la misma conclusión y comenzaron ese mismo año una carrera nuclear ultrasecreta y muy frenética para llegar primero. En mil novecientos cuarenta y dos, cuando Estados Unidos ya se había involucrado oficialmente en la guerra, El gobierno fundó eso que ya oyeron, lo que llamaron el Proyecto Manhattan. Su único objetivo era desarrollar la bomba. A finales de ese año, en la Universidad de Chicago, los científicos del proyecto crearon la primera fisión nuclear artificial controlada y autosostenida, a escala muy pequeña, utilizando cráneo, un elemento radioactivo.

Así comprobaron que esa fisión podía producir energía y una explosión poderosísima si, eventualmente, lograron hacerla con una reacción en cadena en muy poco tiempo. Es decir, confirmaron que una bomba atómica podía ser técnicamente posible. Ahora, solo faltaba crearla. Pero esto no era nada parecido a construir un puente o ensamblar un barco. Se necesitaba hacer varios complejos industriales masivos que no existían en ese momento.

Y esta tarea, y de hecho, todo el proyecto Manhattan, estaba bajo el comando de un general del ejército llamado Leslie Groves. Este es Groves en una entrevista de mil novecientos sesenta y cinco, en la que cuenta que, cuando le asignaron el proyecto, había entendido que ya estaba todo listo para trazar los planos y comenzar su construcción. Pero, en realidad, estaba más crudo de lo que él pensaba. Ni siquiera sabían dónde lo harían, así que su primera misión era encontrar tres lugares ideales. En uno, se construiría una planta de enriquecimiento y procesamiento de uranio, en el segundo, un reactor nuclear para producir plutonio, otro material radioactivo, y en el tercero, un laboratorio donde los científicos pudieran construir la bomba.

Para este último, el más importante, Groves tenía en mente unos requisitos especiales. Por un lado, debía ser de fácil acceso, por aire y por ferrocarril. Por otro lado. Tenía que ser un lugar donde se pudieran hacer experimentos al aire libre y construir durante todo el año. Y también Que estuviera lo suficientemente aislado en caso de que algún experimento pudiera poner en peligro a las personas, y también para no atraer la atención de la gente.

También buscaba un lugar que tuviera acceso a agua y mano de obra disponible. Además, debía estar lo más vacío posible. De hecho, ya se habían descartado al menos dos opciones en los estados de Utah y Nevada, porque implicaban desalojar varias familias y destruir áreas de cultivo. En esa búsqueda llegaron a Nuevo México, y ahí Grove se encontró con quien se convertiría en el científico más importante del proyecto Manhattan, Robert Oppenheimer. Y es que Oppenheimer conocía bien la zona desde hacía muchos años y hasta tenía un rancho allí.

Propuso entonces que podrían montar el laboratorio al norte del estado, en la meseta Pajarito. Oppenheimer le dijo a Groves que sobre la meseta había una escuela llamada Los Álamos, que pertenecía a un pequeño grupo de estadounidenses blancos. Era un colegio para niños ricos que aprendían cómo vivir en el campo, así que Groves, Oppenheimer y el resto del equipo fueron hasta allá para revisar el terreno. Cuando el general vio el lugar, no le tomó mucho tiempo decidir que ese era el sitio perfecto. Según él, cumplía varios de los requisitos.

Ahora solo quería saber si era fácil adquirir el terreno. Se lo preguntó a Oppenheimer.

Y me dice, well, he he, he, he, he, he, he, he, he, he, he, he, he, he, he, he, he, he, he, he, he, he, he, he, he, he

simplemente, usarían la escuela y las viviendas de los profesores para instalarse. Desde ahí, podrían empezar a construir el resto del laboratorio al que le pondrían el mismo nombre, Los Álamos. Así que el veinticinco de noviembre de mil novecientos cuarenta y dos, el gobierno pagó más de trescientos mil dólares de la época por la propiedad, y al dueño le dieron tres meses para terminar las clases, evacuar a los niños, empacar todo e irse. Pero, como ya sabemos, la escuela no era el único predio en la meseta pajarito, ni los niños y los profesores los únicos residentes. Una de las personas que más ha estudiado el desalojo que escuchamos al comienzo de esta historia es Mariah Gómez, descendiente también de una familia hispana que tenía propiedades en la meseta.

Mariah es profesor universitaria de historia de Nuevo México. Ha entrevistado a varios nuevo mexicanos que vivieron esa época y a sus familiares. Y una de las cosas que me dijo es que la meseta pajarito no cumplía con casi ninguno de los requisitos que buscaba el general Groves en un principio.

No tenía un aeropuerto, no tenía un ferrocarril, no tenía bastante agua, no tenía un clima para hacer su trabajo durante todo el año. Porque en

invierno, en esa zona y a esa altura nevaba bastante. Esto podía dificultar o impedir por completo el trabajo y los experimentos al aire libre, pero más importante aún, la meseta no estaba vacía y tampoco aislada. Había varias comunidades viviendo cerca de ahí, y esto lo sabía Groves.

Hay una oración en el libro de Groves donde dice que durante estaban manejando sobre las granjas indígenas o indios indios, creo, que tenía miss givings, ¿no?

Mariah se refiere a la autobiografía de Groves, en la que cuenta que en ese viaje con Oppenheimer pudo ver, y cito, varias granjas pequeñas de indios. Fue ahí cuando comenzó a tener miss givings, o sea, dudas de su decisión, porque podría ser difícil desalojarlos. Desde la mirada de Groves, los hispanos y los pueblos latinoamericanos de la zona eran prácticamente lo mismo, pero las dudas no duraron mucho, porque igual siguió con su plan.

Ellos sabían que eran mucha gente y las vidas de la gente que estaban allí van a cambiar después el proyecto, pero no tenía ningún problema con esto.

Habla en plural porque Oppenheimer también sabía de ellos. Ivonne, a quien escuchamos al comienzo, lo tiene muy claro.

Oppenheimer sabía de nuestras comunidades. Estaba allí con con mis tatarabuelos y por eso fue fue una decisión intencional.

Tanto ella como Mariah tienen una hipótesis de por qué, a pesar de que sabían que había mucha gente viviendo en la meseta y sus alrededores, la eligieron. Dicen que es precisamente por quiénes eran esos pobladores.

Oppenheimer escogió la meseta pajarito porque la gente allá no hablaba inglés.

Para los años cuarenta, Nuevo México era un estado mayoritariamente rural y minoritariamente blanco. Tan solo los hispanos eran más del cuarenta por ciento de la población. Ningún otro estado tenía una demografía así. Esto, según Mariah, les da un tipo de trabajador ideal a quienes dirigían el proyecto.

Los trabajadores eran mexicanos, eran indígenas, no necesitaban pagarlos mucho, no hablaban mucho inglés, hablaban mucho español y teua, y por eso el gobierno y los científicos pensaron que la gente no van a entender mucho que estaba pasando o mucho que estaba escuchando ahí en Los Álamos. Pueden existir en silencio durante todo el tiempo que estaban construyendo la bomba. Mano de obra barata, gente que podía mantenerse al margen sin saber bien lo que

estaba pasando y quedarse callados. Así la paga que les ofrecían no fuera mucho, era algo para gente que lo había perdido todo. Este Simón otra vez.

Necesitaban trabajo. Ah, mira, hay trabajos en el laboratorio. Puedes llegar aquí y construir los los dormitorios de los científicos o limpiar la casa.

Comenzaron a ofrecer una cantidad de trabajo sin precedentes en el estado y cambió la vida de los pobladores para siempre. Había trabajo para los que fueron expropiados, pero también para cualquier nuevo mexicano que viviera en los alrededores. Así lo hicieron algunos familiares de Alicia Romero, la historiadora que me llevó a Los Álamos. En los años cuarenta, muchos en el pueblo de su familia decidieron unirse a este boom de trabajo, a esto que para tantos, todos los que no sabían del secreto, se convertiría en una época optimista, de progreso. Este es Alicia recordando lo que le decían sus antepasados.

Podemos trabajar allá. No sabemos de lo que están haciendo, pero tienen oportunidades y necesitan trabajadores. Entonces, vamos a aplicar, vamos a visitar a la señorita Dorothy McKibbon.

Dorothy McKibbon, conocida como la primera dama o la portera del laboratorio. Era la primera persona que todos, científicos, militares y sus familias, y también obreros, tenían que buscar para formar parte del proyecto. Tenía su oficina en Santa Fe, la capital del estado, y ahí llegaban todos para pedirle un permiso de trabajo. Los obreros hispanos no recibían muchos detalles de lo que harían y ni siquiera firmaban un contrato. McKedden solo les aprobaba el permiso y luego les indicaba cómo podrían ir al laboratorio.

Ese permiso era lo que mostraban en la Caseta Blanca cuando visité con Alicia. Sus abuelos pasaron por ese proceso.

Pues mi abuelita limpiaba los cafeterías. Mi abuelo trabajaba ahí como pintor de casas.

McKeevin les entregaba a todos los involucrados en el proyecto una tarjeta de identificación. Unas fichas amarillas en las que ella escribía máquina. En las tarjetas de los científicos o militares incluía sus nombres, estado civil, fecha en la que llegaron a Nuevo México, salario, dirección, área para la que trabajaban y cargo, y también una foto. Pero las de los trabajadores rasos, como los abuelos de Alicia, tenían mucha menos información. Cuando hablamos, ella me enseñó la tarjeta de su abuelo.

Se llamaba José Herminio Romero y, pues, podemos podemos ver que solamente tiene así, Romero espacio José José,

sin tilde.

¿Y al costado entre paréntesis? Joe. Joe en inglés.

Porque debe de tener un nombre en inglés que se pueden entender y es JUP, la fecha de que cuando empezó a trabajar en Los Álamos, el día once de octubre del cuarenta y tres.

Alicia también me mostró el archivo con las tarjetas de los científicos y militares, y el contraste es muy impactante. Aparte del nombre y esa fecha, solo se incluía que José era un obrero de Brian.

Para mi abuelito o gentes como él, no tienen foto, no tienen no tienen cara, casi no tienen nombre, no tienen importancia. Para es un insulto, una gente sin sin sin cara, Pero estaban ahí para para mover el

proyecto. Después de la pausa, nace una ciudad y una bomba. Ya volvemos. Estamos de vuelta en un round ambulante. Natalia nos sigue contando.

Muy rápido construyeron una ciudad secreta compuesta por el laboratorio, sitios de pruebas y casas sin código postal, pero también tiendas, escuelas, cines, salones de baile, hospitales y guarderías. Todo estaba rodeado por una cerca, y las personas que vivían dentro, los científicos, los militares y sus familias, no podían salir sin un permiso especial. Dentro de esa cerca, la población pasó de esas treinta y seis familias iniciales a casi seis mil personas. La ciudad crecía y también la cantidad de pruebas y experimentos, Y si había consecuencias negativas de todo este crecimiento, no era lo más importante. Lo importante era ganar la carrera.

El proyecto no podía parar ni un segundo. Por eso, apenas poco más de un año después de haber llegado a la meseta, Oppenheimer y otros científicos del proyecto concluyeron que tenían que probar una bomba con plutonio, una prueba de una detonación real. Tenían que observar si era efectiva o no, lo básico. Hasta entonces, solo se habían hecho pruebas a escalas minúsculas. Groves lo aprobó, pero le dejó claro a Oppenheimer que tendrían una sola oportunidad para hacerla, porque, entre otras cosas, conseguir el plutonio suficiente no era sencillo, y tampoco organizar la logística para la detonación.

Además, le pidió al equipo que fuera en un lugar despoblado, y cito de su autobiografía, que no estuviera más lejos de lo necesario de Los Álamos, aunque no especificó cuánto. Oppenheimer llamó a la prueba el proyecto Trinity. La zona que escogieron está a más de trescientos kilómetros al sur de la Meseta Pajarito, y también la visité en marzo de dos mil veinticuatro. Esta vez, quien me acompañó fue Bernice Gutiérrez, quien nació hace setenta y nueve años en Carrizoso, un pueblo a cincuenta y seis kilómetros de ahí. Es sencillo recordar su edad, porque su cumpleaños es un tanto especial.

Yo nací el día ocho de julio en mil novecientos cuarenta y cinco. Ocho días antes de que detonaran la bomba en Trinity.

Desde que la conocía en persona, había un tema del que hablábamos mucho, el viento, que corre muy fuerte, muy rápido y que hay que tenerle mucho cuidado. Me advirtió que solo podríamos ir a Trinity si el clima lo permitía. Si hacía mucho viento, iba a ser difícil manejar en la carretera, porque el carro podría perder el control. Así de fuerte es, tendríamos que ir revisando el pronóstico cada tanto. Pero el sábado en la noche me confirmó que podríamos ir a la mañana siguiente, como habíamos planeado.

Cuando me recogieron, ella y su esposo hacía frío, unos siete grados Celsius, pero según el pronóstico el viento no correría tanto en dirección a nuestro trayecto. Así que nos fuimos, sería una hora y media de camino. Cuando faltaban unos cuarenta kilómetros para llegar a Trinity, Bernice me advirtió algo.

Creo que va a ser la única oportunidad de poder usar el teléfono, porque we got a dead zones.

Dead zones, o sea, zonas sin cobertura. Esa área sigue siendo un lugar de pruebas de armas administrado por el ejército, y por eso tiene prohibida la entrada a visitantes, a excepción de dos días al año, en los que aún permiten entrar al sitio exacto donde se detonó la bomba. Así que nuestro plan en ese momento era acercarnos lo más posible. Igual Bernice me había contado que adentro no había mucho que ver, salvo una cosa.

Tienen una estructura que dice, aquí fue el lugar donde detonaron la primera bomba.

Es un obelisco que marca el punto exacto donde los científicos y los militares construyeron una torre altísima para detonar la bomba de plutonio. La fecha que se estableció para hacerlo fue el dieciséis de julio de mil novecientos cuarenta y cinco, y eso que los pronósticos del meteorólogo del mismo proyecto no eran los mejores para ese día. No se trataba simplemente de una brisa y un poco de frío, era temporada de monzones, lluvias torrenciales con vientos fortísimos. Pero hacer la prueba unos días antes habría sido demasiado pronto, y hacerla tan solo un día después sería demasiado tarde por una razón política. El diecisiete de julio, al día siguiente de la prueba, el entonces presidente de Estados Unidos tendría que asistir a la conferencia de Postam en Alemania, donde sus aliados decidirían el destino de Europa.

Para ese momento, ya había caído Alemania, así que el miedo de que los nazis tuvieran la bomba ya no existía, solo faltaba que Japón se rindiera. Pero Estados Unidos no quería que la Unión Soviética se quedara con ese territorio, como ya había pasado con la mitad de Europa, y la mejor forma de demostrar su poder era confirmando en Postdam que tenían lista la bomba atómica. Y así, siguiendo órdenes de arriba, montaron la torre de treinta metros, y el dieciséis, a las cinco y veintinueve de la mañana, a pesar de la lluvia y los relámpagos que hubo más temprano, detonaron la bomba. Según los testimonios de los científicos y los militares que observaron la detonación, al principio hubo silencio. Después, lo primero que vieron fue un destello tan potente y tan grande que parecía más fuerte que la luz del día.

Luego vino una llamarada que rápidamente se apagó para convertirse en un pilar altísimo de humo que crecía y crecía, el famoso hongo nuclear, ese que ya es parte de nuestro imaginario colectivo. Y tras veintisiete segundos más, escucharon la explosión. La energía liberada produjo hasta diez mil veces más calor que el sol. La torre quedó desintegrada y en el suelo quedó un cráter de casi dos kilómetros y medio de diámetro. La Tierra, que estaba debajo, se derritió y se convirtió en Triniquita, una especie de vidrio verde radioactivo.

El hongo nuclear penetró la estratosfera. Y no solo los involucrados en el proyecto vieron la explosión. Fue tan potente que, de hecho, se pudo ver en Texas, a más de cuatrocientos cincuenta kilómetros. Ese mismo día, diversos periódicos del estado publicaron la declaración del oficial a cargo de Trinity. Él decía que había sido un accidente, una explosión de un depósito de municiones de alta potencia, que no hubo muertos ni heridos y que los daños a la propiedad fueron insignificantes.

Sin más detalles. Hoy en día es fácil pasar de largo por esa zona, porque no hay mucho que la destaque. Afortunadamente, iba con Bernice y su

esposo, que me señalaron lo único que hay al lado derecho de la carretera, que da un indicio

de lo que pasó ahí, un derecho de la carretera, que da un indicio de lo que pasó ahí. Un cartel cuadrado de madera, un poco más alto que una persona. Solo tiene unas letras blancas y diminutas, y otras un poco más grandes. Nos bajamos del auto. Y aquí vuelvo al tema del viento.

Si existiera un enemigo número uno para quienes trabajamos en audio, es este. No existe una manera de recuperar o limpiar por completo una grabación que tiene demasiado

viento detrás. Lo más

natural, entonces, que yo hubiera demasiado viento detrás. Lo más natural, entonces, que yo hubiera tenido que hacer en esta circunstancia, ante el riesgo de que corriera mucho viento ese día, era posponer esta visita, pero esta vez era más importante que lo escucháramos. Jamás había escuchado o sentido un viento como ese. Iba y venía con fuerza. No estaban exagerando, ni siquiera era el peor viento que podía soplar ahí y me costaba sostener el micrófono sin que se melaran las manos.

Era difícil mantener los ojos abiertos, mi cabello volaba por todas partes. Le pedí a Verneis que leyera lo que dice el cartel, pero no pude escucharla, y si no hubiera tenido puestos los audífonos que estaban conectados a mi grabadora, ni me hubiera podido escuchar a misma. El cartel dice que la era atómica comenzó con la detonación de la primera bomba atómica en este sitio, el dieciséis de julio de mil novecientos cuarenta y cinco, y agrega que después de la explosión, se dice que Oppenheimer parafraseó una línea de un texto sagrado hindú, que también citó en una

entrevista.

Ahora me he convertido en la muerte, el destructor de mundos. El día que ocurrió la detonación, aquí, hace setenta y nueve años, la mayoría del material radioactivo del que estaba hecha la bomba se elevó más de quince kilómetros en el aire, y luego cayó como una lluvia de partículas que parecían nieve, pero caliente, y que el viento de Nuevo México, este viento, como el que acaban de escuchar, esparció por los pueblos cercanos a Trinity, como el de Bernice.

El viento se fue por donde quiera, con toda esta radiación volando en el aire.

Y cayó sobre la tierra, el agua, las plantas, los animales, las construcciones y quienquiera que estuviera afuera a esas horas. Era verano, y las mujeres de esa área solían colgar sábanas mojadas en las ventanas para enfriar las casas. Luego de la explosión, estas quedaron impregnadas de esas partículas radioactivas. Tres semanas después de la detonación, el seis de agosto de mil novecientos cuarenta y cinco, Estados Unidos lanzó la bomba atómica en Hiroshima, Japón. Solo hasta el siguiente día de Hiroshima, los periódicos de Nuevo México al fin informaron la verdad sobre la explosión en Trinity, que no se trató de un accidente con municiones, como habían reportado en un principio, sino de la prueba que habían hecho.

Tres días después, el nueve de agosto, lanzaron otra sobre Nagasaki, mucho más destructiva. Esto hizo que Japón se rindiera definitivamente. Y a pesar de que muchos de los que vivían al sur de Nuevo México se enteraron de lo que había pasado en Trinity, no compararon la devastación de esas dos bombas con la explosión que hubo tan cerca de ellos. La energía nuclear era algo que la humanidad jamás había experimentado. Era nueva para los científicos, pero incomprensible para el resto.

Lo que se contaba sobre Hiroshima Nagasaki no se asemejaba a lo que pasó en su estado. No murieron miles de personas ni ciudades enteras fueron arrasadas al instante. Todo seguía en pie y, aparentemente, por lo general, sus vidas avanzaban normal, pero las cosas definitivamente no iban a seguir igual que antes. Pronto llegarían las consecuencias.

Ya volvemos. Estamos de vuelta en round ambulante. Natalia nos sigue contando.

Después de la bomba en Nuevo México, los militares cercaron el sitio y recogieron gran parte de la Triniquita. Pusieron carteles que advertían que no se permitía la entrada debido a la radiación, pero tan solo ocho años después se abrieron las puertas de Trinity al público. Se organizaron excursiones escolares para ver el punto exacto donde fue la explosión. También se hacían picnics familiares y misas. Los niños iban y jugaban con la Trinityta.

Regresaban a casa con esos pedacitos de vidrio verdoso radioactivo y los guardaban debajo de sus camas. Pero ni siquiera cuando comenzó a enfermarse la gente se les ocurrió que podría ser una consecuencia de la explosión. En la familia de Verneis, la que me acompañó a Trinity, el primero que fue diagnosticado de cáncer fue su bisabuelo. Él

murió en mil novecientos cincuenta y dos de cáncer del estómago. Una hermana de mi mamá tuvo cáncer del pecho en cada lado, otra hermana murió del cáncer de los huesos, otra hermana tuvo dos tipos de cáncer. Cada hermano y hermana de mi mamá que tuvo hijos han tenido cáncer, y no nomás un tipo de cáncer. Algunos han tenido dos tipos, como esa sobrina que tuvo cáncer del tiroides y del techo, y otros de los pulmones, otros de los páncreas, diferentes tipos de cáncer.

Pero no podían entender cuál era la causa.

Y es algo en el aire, algo que estamos comiendo, ¿qué es la razón? ¿Dónde está viniendo este cáncer? No teníamos ninguna idea.

A finales de los noventas, Bernice empezó a notar unos nódulos en su cuello. Sabía bien lo que podía significar. Su mamá ya había tenido cáncer de tiroides y había empezado así, pero recién a principios del dos mil, en una cita médica de rutina, fue que le preguntaron algo inesperado.

Y el doctor me preguntó si habíamos sufrido o habíamos encontrado en algún tiempo radiación. Yo no sabía nada, no había razón de saber.

¿Radiación? Bernice no tenía idea de que este fenómeno y el cáncer estuvieran relacionados, y tampoco que este tipo de cáncer, el de tiroides, era el más común cuando hay sobreexposición. Lo que más le desconcertaba era la pregunta sobre si había estado expuesta. Bernice estudió sociología y había tenido diferentes trabajos de oficina. Ni su profesión ni su vida tenían que ver con lo que uno se imagina cuando piensa en radiación, una planta nuclear, una mina.

Así que le respondió al doctor que no sabía. De todos modos, tiempo después, le extrajeron la tiroides para evitar que le pasara lo mismo que a sus familiares. Bernice nunca hizo la conexión hasta que una noche, en dos mil catorce, estaba viendo el noticiero en televisión.

Y estaba Tina Korba hablando, explicando, invitando a la gente a un evento acerca de por qué estamos sufriendo cáncer.

Tina Córdoba. Ella nació en mil novecientos cincuenta y nueve en Tula Rosa, un pueblo a una hora y media en auto de Trinity. Recuerda que desde muy pequeña en su familia y en su comunidad ha habido muchos diagnósticos de cáncer, y desde hacía años ellos manejaban la hipótesis de que la razón era la radiación que dejó la bomba. Luego, cuando estudió química y biología en la universidad, entendió que efectivamente era muy probable. Pero no fue hasta que a ella misma le dio cáncer de tiroides en mil novecientos noventa y ocho, con tan solo treinta y nueve años, que quiso realmente entender qué había pasado.

Es Testina. So, Natalia, I I mean believe have cáncer, preparadme to do this work. Está segura de que el cáncer la ha preparado para dedicarse a lo que hace. Comenzó por buscar periódicos, noticias, artículos que estuvieran relacionados con los efectos en la salud de la contaminación por radiación. Leyó sobre un grupo de mujeres en Idaho que contaba una historia muy similar a la de Tula Rosa.

Ella, sus familias y sus comunidades se habían enfermado de cáncer, sobre todo, de cáncer de tiroides. Sus localidades habían sido expuestas a un nivel altísimo de radiación entre los años cincuenta y sesenta, cuando Estados Unidos utilizó a Nevada, un estado vecino, como lugar de pruebas de armas nucleares. Estas mujeres usaban un término para referirse a ellas mismas, down winders, que no tiene una traducción al español, pero que significa algo así como los que viven en la dirección del viento, un adjetivo que se comenzaría a utilizar en Estados Unidos para llamar a las personas expuestas a contaminación radiactiva debido a pruebas de armas o accidentes nucleares. Ahí, Tina entendió que su comunidad, las personas que vivían alrededor de la explosión de la bomba, también eran downwinders, de hecho, los primeros en la historia. Tina cree que esto se trató de un crimen medioambiental motivado por el racismo.

Traduzco que eran solo un daño colateral, eran tan solo un agente de piel marrón, unos hispanos, unos nativos americanos, y que ellos, aquellos a cargo del proyecto, los veían como suhumanos. Tenían que verlos así para poder hacerles un daño tan grande. Tina quería hacer algo con toda la información que había leído, pero no supo qué ni cómo hasta dos mil cinco, cuando leyó una carta al editor en un periódico local. La firmaba Fred Tyler, un vecino suyo. En su familia también tenían la hipótesis de la radiación, quería saber si alguien más pensaba lo mismo y hacía una pregunta.

Le propuso crear un espacio seguro para que más personas les contaran sus historias, porque la manera de confirmar sus sospechas era hablar con la comunidad. Tina fue a Tula Rosa y con Fred hicieron un plan. Pondrían anuncios en la radio y en el periódico. También posters por todo el pueblo, invitando a quienes se hayan enfermado de cáncer a una asamblea local de vecinos. Tina no recuerda la fecha exacta, pero que fueron cincuenta personas muy motivadas.

Querían contar sus propias historias de la enfermedad y las de sus familiares, y hubo algo que le impactó. La gran mayoría de los asistentes, ¿había tenido problemas con la tiroides o estaba tomando medicamentos para eso? Ahí les hizo una pregunta. ¿Cuántos han tenido cáncer en la tiroides? Preguntó.

Y fue impresionante para ella ver que la mitad levantó la mano. Y, I mean, I mean, no fue un afirmación de lo que ya sabía. No era normal que tantas personas en Tula Rosa estuvieran enfermas de cáncer de tiroides. Si ella y Fred seguían trabajando, si seguían preguntando, muchísimas más personas hablarían. Luego de esa reunión, Fred y Tina crearon el consorcio de Downwinters de Tula Rosa, que luego se amplió a todos los Downwynders de Trinity.

Y al poco tiempo de fundar la organización, se enteraron de que en mil novecientos noventa el gobierno había aprobado una ley de compensación para Downwynders del estado de Utah y para trabajadores en minas de uranio por todo el país. Estas personas podían recibir hasta cincuenta mil dólares por persona. Se llama ley de compensación por exposición a radiación, o RECA, por sus siglas en inglés. Pero para sorpresa de ambos, a pesar de que la ley ya se había modificado para que incluyera a personas de más estados, los downwindders de Nuevo México no estaban entre ellos, así que Fred y Tina se propusieron conseguir que se modificara RECA otra vez, para que se agregara a su comunidad y esta también pudiera acceder a esa indemnización debido a todas las enfermedades que habían tenido. Tina ha perdido la cuenta de cuántos sobrevivientes han hablado con ella desde esa primera reunión de cincuenta personas.

Nos ha escuchado individualmente o en grupos. Son nuevo mexicanos hispanos, nativoamericanos y también blancos. Muchos de ellos ya fallecieron, pero otros se han convertido en amigos suyos y algunos, incluso, en colegas, miembros del consorcio, como Vernice, luego de que viera a Tina hablando en televisión. Esa vez, como muchas otras, Tina invitaba a la gente de la zona afectada a que se reunieran en un evento en Albuquerque. Era la primera vez que Vernice escuchaba todo esto.

Y es como que se me prendió el foco y dije, ay, fácil que eso explica la razón que estamos agarrando tanta cáncer en mi familia.

Y así como Tina hizo con Fred en su momento, Bernice buscó el número de teléfono de ella. La llamó, hablaron directamente y Bernice fue al evento. Luego comenzó a investigar cuántas personas en su familia se habían enfermado debido a la radiación. Fue anotando nombres y enfermedades en una lista. Cuando conversamos, me mostró ese documento.

Lo tenía impreso y listo para enseñármelo.

Todos los que están rojos son familiares con cáncer. Wow. So, hay hay muchos. ¿Y su su familia? Sí.

Hay treinta y ocho nombres contando el lado materno y el paterno. Son seis generaciones con cáncer de colon, de seno, de ovarios, de páncreas, de hígado, de estómago, del cerebro, de pulmones, leucemia y, claro, de tiroides. Nueve personas, incluida Bernice, han sobrevivido a enfermedades o condiciones médicas vinculadas a la exposición a radiación, como nódulos en la tiroides o tumores benignos en los pulmones. Veintinueve de sus familiares han tenido cáncer y, al menos, doce ya han fallecido, incluso su propia madre. Es imposible no estar indignado por algo así.

Mi familia se siente con coraje, se siente triste, se siente que el daño que nos hizo el gobierno no es justo. No deberían de haber hecho lo que hicieron sabiendo lo que iba a pasar.

Y no solo su familia, también otras en Carrizoso, su pueblo, y en otros lugares alrededor del punto de la explosión.

Ya desde entonces ha estado ayudando con el proyecto de poder recibir compensación por la gente de Nuevo México, porque nunca nunca hemos recibido ni un ni un daime.

Ni un centavo. Cuando fui a Nuevo México, Tina, Bernice y otros miembros del consorcio estaban participando en varios eventos públicos. Los acompañé a algunos. Para que incluyera los downwindders de Nuevo México en Reca. Cuando se creó esta ley, se determinó que solamente estaría vigente hasta el dos mil veintidós, pero en ese momento le extendieron por dos años más, hasta el diez de junio de dos mil veinticuatro.

En esa fecha tendrían la última oportunidad para pedir una enmienda que extendiera la lista de beneficiados. Cuando los acompañé a estos eventos en marzo de dos mil veinticuatro, pude ver y escuchar varias veces cuando se enteraban de más personas enfermas. Todo el tiempo reciben ese tipo de noticias. Son pérdidas difíciles de aceptar que se van reprimiendo muy adentro. En dos mil trece, el papá de Tina falleció.

Tenía setenta y un años y, primero, le diagnosticaron cáncer de boca, luego, cáncer en la próstata y, finalmente, cáncer en la lengua. No tenía ningún factor de riesgo, era una persona saludable, no tomaba, no fumaba, no masticaba tabaco, no tenía ningún virus, y los doctores le dijeron que probablemente se debió a toda la leche que tomaba de niño y que estaba contaminada con partículas radioactivas. Murió después de varios procedimientos que le deformaron el rostro y hasta le hicieron perder los dientes. Tina dice que lo que sufrió ella en su enfermedad no se compara en nada a lo que tuvo que enfrentar su padre. El hijo mayor de Bernice, Toby Junior, también falleció en dos mil veinte, de leucemia.

Todavía es difícil hablarles.

Sucedió muy rápido, en menos de un año y medio desde que le dieron el diagnóstico. Tenía cincuenta y seis años. Este tipo de cánceres, múltiples o muy agresivos, incluso en personas saludables, son muy comunes en Nuevo México. Tina nunca perdonará al gobierno por no haberles avisado, ni antes ni durante ni después de la explosión. Entonces, no solo piensan en el pasado y lo perdido, sino en el futuro, y no se preguntan si es que alguien más en su familia se enfermará, sino quién y cuándo.

Pues, es un un un estrés, porque no sabemos quién va a seguir con el cáncer, quién más vas a enfermar. Yo tengo seis nietos y una bisnieta, y me preocupo.

Tina también se preocupa por su hijo todo el tiempo. Le pregunta siempre cómo está, si ha ido al doctor, si es que se ha hecho chequeos, que no se olvide de hacerlo. Traduzco, es como tener una cosa sobre el hombro, siempre ahí, de la que no te puedes deshacer, la duda constante de quién será el siguiente. Creo que una cosa es saber que la muerte puede llegar en cualquier momento. Sí, todos nos vamos a morir, nosotros, pero también las personas a quienes más queremos.

Lo sabemos, cualquiera se puede enfermar o tener un accidente. Pero esto es otra cosa, es vivir con un miedo muy certero, con una especie de resignación de que en algún momento el cáncer va a llegar. Pero también es convivir con la indignación y el coraje, esa palabra que en lugares como Nuevo México se usa tanto para expresar rabia como valentía. Emociones que Tina, Bernice y su grupo usan para buscar reparación. Así, esta nunca pueda ser suficiente.

Tal vez lo más grave es que su miedo no desaparecerá pronto, ni siquiera para sus hijos, sus nietos o sus bisnietos. La radiactividad del plutonio con el que hicieron la bomba baja a la mitad luego de veinticuatro mil años. No han pasado ni cien años desde lo ocurrido en Trinity. Mientras tanto, la Oficina de Asuntos Públicos del Ejército que administra este lugar dice que la radiación en Trinity, si bien es más elevada que en otras zonas alrededor, es insignificante y la gente lo puede visitar sin problemas. Le pregunté a Tina si en algún momento pensó en dejar Nuevo México, huir de la radiación que probablemente aún queda en esas tierras, y me dijo que no.

Y es que si han estado expuestos a esa radiación toda la vida, ¿de qué sirve irse ahora? El ADN de los antepasados que presenciaron la explosión quedó dañado por la radiación, y esos daños también los siguieron replicando a sus descendientes. El único día en el que estuvieron a salvo y a tiempo para evacuar fue el quince de julio de mil novecientos cuarenta y cinco, un día antes de la prueba, y no lo supieron, nadie les dijo nada. Entonces, insiste, ¿de qué sirve irse ahora? Y, además, ¿a dónde?

¿Con qué dinero? El cáncer no solo puede matarte, sino que te llena de deudas. El diez de junio de dos mil veinticuatro expiró la ley de compensación RECA, y con eso se acabó el plazo para poder enmendarla. Ninguno de los downwinders de Nuevo México fueron incluidos en ella. Bernice y Tina me dijeron que están decepcionadas y enojadas, pero ya están haciendo nuevos planes y estrategias, porque no se irán a ningún lado y no piensan parar hasta que les pidan perdón y les den el dinero que merecen.

Por ahora, ya han logrado algo muy importante, que la historia se supiera, y ahora ya se

sabe.

Esta canción es de Paul Pino, un down Windder de Carrizoso y miembro del consorcio. Luego de dos denuncias, en dos mil cuatro, el congreso estadounidense reconoció que los propietarios hispanos de la meseta pajarito no recibieron un pago justo por sus propiedades ni representación legal adecuada. Se creó un fondo de compensación de diez millones de dólares que se repartió entre todos los descendientes. Algunos solo recibieron el equivalente al costo de una computadora portátil. El departamento de energía no nos respondió sobre por qué los downwindders de Nuevo México no fueron incluidos en Reca, Pero comentó que en la época de la explosión se creó un plan para evacuación alrededor de Trinity, pero ya que no encontraron niveles altos de radiación en zonas habitadas, no evacuaron a las personas.

Este año, Estados Unidos ha comenzado a a producir núcleos de plutonio para armas o bombas nucleares en el Laboratorio Nacional de Los Álamos. Estos núcleos no se producían desde el fin de la Guerra Fría y se estima que Los Álamos produzca unas treinta cada año. Athale Sanch Loaiza es periodista y vive en Filadelfia, Estados Unidos. Esta historia fue editada por Camila Segura, David Trujillo, Anneric Casasus y por mí. Bruno Selse hizo el fact checking, el diseño de sonidos de Andrés Aspiri con música de Anna Tuirán.

El resto del equipo de round blande incluye a Paola Lean, Lissetar Ébalo, Pablo Argüelles, Lucía Auurbach, Adriana Bernal, Diego Corzo, Emilia Arbetafimio, Remy Lozano, Seleré Mazón, Juan David Naranjo, Melissa Rabanales, Natalia Ramírez, Barber Saul Hill, Elsa Liliana Ulloa, Luis Fernando Vargas y Desirey Yépez. Carolina Guerrero es la CEO. Ramblant es un podcast de Ramblant Studios, se produce y se mezcla en el programa Handelberg Crowe. Si te gustó este episodio y quieres que sigamos haciendo periodismo independiente sobre América Latina, apóyanos a través de Deambulantes, nuestro programa de membresías. Visita Rambulante punto or g slash donar y ayúdanos a seguir narrando la región.

Rambulante cuenta las historias de América Latina. Soy Daniel Alarcón. Gracias por escuchar.

Podcast: Radio Ambulante
Episode: Secreto de Estado