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Bueno, esto comenzó cuando con mi hermano encontramos una caja con muchos casetes.

Este es Dennis Maxwell, seguramente lo han escuchado en episodios anteriores de Raambulante.

Yo había viajado a ver a mi familia, a Chile, y mi hermano aprovechó para pedirme que le ayudara a moverse de casa. Era una tarde de verano en Santiago, de mucho calor. Estábamos sacando un montón de cajas polvorientas que mi hermano tenía almacenadas por muchos años en un clóset, en casa de un amigo, cuando a él se le ocurrió abrir una de estas cajas para ver qué tenía y adentro había al menos veinte casetes con sus cajas y sus etiquetas todas escritas a mano.

Y supo inmediatamente qué había en esos casetes.

Me vino una gran emoción porque yo daba por perdida estas cintas.

Hola, ¿qué tal? ¿Cómo están? Bueno, empiezo saludándolos como siempre, todos, uno por uno.

Estaba grabada ahí toda su niñez y reescucharlos, revió sensaciones y recuerdos de un período muy complicado, uno que Dennis ya veía como algo muy lógico.

¿Qué dejan

ustedes? Mamá, espero que también me escuchen, ¿cómo están?

Un período que marcó de forma definitiva a su familia.

Siempre, recién, recién. Aquí las tengo, las estoy abriendo.

Bienvenidos a Radio Ambulante desde NPR, soy Daniel Alarcón. Desde el año setenta y seis al ochenta y seis, el papá de Denis estuvo exiliado, viviendo fuera de Chile, y para Denis esta voz Dale,

voy a pedir que no se demore nuevamente tanto tiempo en en escribirme

otra vez Era lo único que tenía de su padre.

En mil novecientos setenta y tres, mi papá trabajaba en el canal de televisión, en el canal nueve, que era el canal de la Universidad de Chile, un canal eminentemente de izquierda en los años de la Unidad Popular, que fue como se le llamó al gobierno socialista de Salvador Allende. En septiembre de ese año hubo un golpe militar y de repente Chile se volvió un país muy violento. Mi padre se acuerda bien del estrés de esos días, justo después del golpe.

Ya desde el primer día nos empezamos a enterar de que habían muerto, de que habían desaparecido, etcétera. Comenzaron a buscar a compañeros de nuestro canal, en realidad creo que comenzaron a buscarnos a

muchos. Ya para el tercer, cuarto día mi papá se enteró de que habían matado a mucha gente

amiga, conocidos míos, gente cercana a a y a a nuestra familia, y empecé a preocuparme dándome cuenta de que la situación era dura.

A los diez días mi papá llegó a la casa y le dijo a mi mamá que teníamos que irnos del país.

Y eso para fue como que se me vino al mundo encima, porque todo fue un encadenamiento de cosas muy fuerte.

Bueno, y lo más cercano para salir de Chile era cruzar la cordillera de los Andes y refugiarse en Argentina. Pero era tan peligroso en ese momento para mi papá estar en Chile que él decidió irse primero, y mi mamá se quedó sola con nosotros tres, con mi hermana Geely de tres años, mi hermano Lawrence de seis y yo que apenas tenía un año. Desarmó la casa lo más pronto que pudo, dejó algunas cosas donde su hermana, la casa lo más pronto que pudo, dejó algunas cosas donde su hermana y otras donde su mamá, y armó

Unas bolsas marineras que hice a máquina de lona para llevar lo que

más pudiera de ropa, ropa de camas,

servicio, lo que más ropa, ropa de camas, servicio, lo que más pude llevarme.

Un mes después de que mi papá se fue, arrancamos todos, y mi mamá me cuenta que nos fuimos en un bus, en un viaje que duró un día y medio, y mi mamá se acuerda de que cuando llegamos a Portillo, un pueblo todavía al lado

chileno Se puso a nevar muy fuerte, y eso dificultó el viaje porque estuvimos ocho horas parados en en Portillo, con mucho frío, y subidos en esta micro chica y yo con ustedes tres, fue bien pesado.

La verdad es que yo no tengo muchos recuerdos de mis primeros años en Buenos Aires. La mayoría de mis memorias de esa época son más como imágenes, fotografías, pero una de las pocas cosas que me acuerdo era de un personaje que mi papá se inventó, el abuelo. Mi papá trabajaba en una fábrica y cuando llegaba de su trabajo

Era bastante pesado y llegaba cansado, yo exageraba un poco también la nota del cansancio para poder jugar con ustedes de una manera más lúdica y y distinta.

Se iba a su cuarto supuestamente a dormir, pero como a los cinco minutos de haberse ido, salía de su cuarto un anciano maquillado.

Por por bostalco en el pelo y no me acuerdo qué otras cosas me ponían, creo que me dibujaba con un lápiz, unas unas arrugas más pronunciada en la cara.

Y se ponía un sombrero, unos pantalones distintos, un chaleco como de traje antiguo.

Y aparecía el abuelo que era en realidad un contador de

aventuras. El abuelo era un eterno viajero, siempre andaba recorriendo alguna parte del mundo y metiéndose en algún lío, y cuando lo pienso ahora es como un presagio de lo que vendría. Con el abuelo hacíamos de todo, hasta me acuerdo que una vez volvimos a Chile.

Y les contó a ustedes que había conseguido un globo aerostático y con el cual se podía cruzar la cordillera y con el cual podrían ir a pasear a Chile.

Y juntamos unas sillas de paja que teníamos.

Puse las cuatro sillas y los invité a ustedes, que eran pequeñitos, eras el más pequeño evidentemente, tenías, ¿cuánto? Unos tres años. Los invité a subirse ahí al al globo.

Haciendo todo un teatro de que íbamos a volar.

Primero lo encendimos, se calentó, se hinchó el globo y, este, las sillas eran el canasto en el cual íbamos a navegar.

Y yo creo que mi vértigo viene de ahí. De pronto venían unas ráfagas de viento que nos hacían perder el equilibrio.

Yo les iba contando lo que íbamos viendo, ustedes se posesionaron tanto que creo que en verdad veían lo que íbamos viendo hacia abajo.

Y cruzamos toda Argentina desde Buenos Aires, luego cruzamos la Cordillera de los Andes, que es inmensa de grande, ¿no?

Alcanzábamos incluso a sacar hielo de las puntas de los cerros para poder, este, refrescarnos porque era verano muy caluroso.

Y hasta llegábamos a Chile y cuando volvimos

Y ustedes salieron corriendo a contarme a mí, al papá, al padre, a contarle el viaje que habían tenido con el abuelo.

Y les cuento esto porque quiero que entiendan cómo era mi papá y para que entiendan cuánto puede un niño extrañar a un papá como ese. En el setenta y seis, solo tres años después de haber salido de Chile, nos pilló otro golpe de Estado, esta vez el de Argentina.

El chileno que encontraban en las calles de Buenos Aires lo metían preso sencillamente por ser chileno.

Y bueno, uruguayos y brasileros también. Mi papá ahí empezó a ver cómo podía irse y una amiga de la familia, que se había refugiado en Francia, hizo las gestiones a través de las Naciones Unidas para ayudarnos a salir de Argentina, pero solo nos ofrecieron un solo pasaje para ir a París. No teníamos la plata para pagar por los demás, así que mi papá, que era el que corría mayor peligro, viajó a Francia con la idea de allá a trabajar y juntar el dinero para poder llevarnos a todos. Mis hermanos, mi mamá y yo volvimos a Chile, a Santiago. Esta vez salimos nosotros primero.

Para hay como una fotografía muy dolorosa, que fue el día que viajamos nosotros de regreso a Chile en tren, y tu padre nos fue a dejar, por supuesto, a la estación, y era un día que estaba lloviendo.

Lo último que recuerdo es haberlos visto a través de la ventana del tren, mientras el tren iba partiendo, y en Argentina empezaba a llover.

Entonces era muy como significativo el hecho de que tu papá estaba abajo y nosotros todos arriba del tren despidiéndonos, y corrían las gotas por el vidrio.

Y yo los veía a ustedes adentro con sus caras de pena, de medio llorosos, y a también que se me caían las lágrimas parado en el andén mirándolo irse.

Era mil novecientos setenta y seis, y no volvería a vivir con mi papá por una década. Los primeros años de vuelta a Chile me costaron mucho, tanto así que con solo seis años mi mamá me llevó donde un psicólogo, y ahí me diagnosticaron una fuerte depresión. Me acuerdo que lloraba mucho, lloraba mucho en el colegio, los profesores ya no sabían qué hacer conmigo y me sacaban del salón, y me acuerdo de estar solo en el patio del colegio mientras mis compañeros seguían en la clase. Y claro, no solo fue difícil para mí, que era el más chico, sino para todos en la familia.

Para fue doloroso, en el sentido de que, por ejemplo, me acuerdo que Lawrence, que era el mayor, me dijo un día mamá, como ahora no está mi papá con nosotros, yo te voy a ayudar. Y eso para fue doloroso, porque tenía nueve años.

Mi hermana, según mi mamá, no demostraba mucho, pero cuando tenía solo siete años, cambió de repente, como que maduró muy

rápido. Y se puso demasiado responsable en su colegio, en la casa

Algo que para una niña tan pequeña no era nada normal. Según mi mamá

Planificaba sus hasta las peleas con las amigas, las escribía en un papelito, todo lo que iba a hacer al día siguiente.

Mi papá intentaba superar la distancia con unas cartas, me acuerdo unas cartas larguísimas, Mi mamá nos las leía a la hora de cenar o antes de ir a acostarnos, y como en el año setenta y ocho, dos años después de haber seguido a Francia, mi papá empezó a mandarnos casetes.

¿Cómo están? Me acaban de llegar dos cartas, recién, recién, recién. Ahí las tengo. Las he estado abriendo. No, las estoy abriendo, en realidad ya la leí, ¿no?

Las he estado abriendo de nuevo. La carta de Lawrence.

En esos años el correo podía tardar semanas en llegar. Muchas veces también las cosas que mi papá mandaba se perdían o se las robaban, nos llegaba un cassette por mes o quizás cada dos meses. La llegada del cartero me causaba mucha ansiedad en esos días, pero cuando finalmente llegaba el cassette, lo poníamos en una grabadora Sony que mi mamá había comprado, un aparato que tenía unos botones muy grandes, le apretábamos play y nos sentábamos todos alrededor. Mi mamá y muchas veces mi abuela, la mamá de mi

papá Especialmente para ustedes los niños, porque como les había prometido unas historias, bueno, ahora se las voy a contar. Estuve pensando sobre qué historias contarle, no sabía si inventaron alguna historia o otra cosa?

Este es mi hermano Lawrence.

Él nos mandaba estos tapes que él grababa con su voz, ¿no? En que nos íbamos también contando lo que él iba descubriendo la sociedad francesa, de las ganas que tenía de vernos, ¿no? Y en estos tapes nos iba contando también cuentos, historias que él que él que él inventaba.

Y en esas historias se escuchaba la personalidad de mi papá.

Pero les voy a contar un poco, este,

qué viaje hice por por España. Fui con amigos en auto, Ah, y a los niños especialmente tengo que contarles que justo cuando yo me estaba preparando para hacer el viaje este a España, alguien no sabe en quién llegó por aquí, que llegó a visitarme. ¿Saben quién llegó? Claro. El abuelo, el abuelo que andaba de viaje por Europa, así que partimos con el abuelo también, pues.

El abuelo Y

escuchar otra vez al abuelo era una manera de darle continuidad a la relación que habíamos construido. Cada vez que aparecía el abuelo, sentía una tremenda nostalgia. Tenía unos ocho años, pero sentía que mi padre estaba ahí, en esa Sony de mi mamá.

Una pausa y volvemos. Estamos de vuelta en Rambulante. Antes de la pausa, Dennis Maxwell nos estaba contando de su niñez, de la relación que construyó con su padre a través de una grabadora Sony. Desde su exilio en Francia, el padre de Dennis mandaba sus grabaciones y

Después de un tiempo, mi papá ya no era el único que grababa casetes, nosotros también.

Como todos los niños, éramos bastante curiosos en términos de explorar las las posibilidades que daba la nueva tecnología.

No, esa no. Cántale, tormenta, querida, no.

Cuando le grabábamos, lo hacíamos con mucha naturalidad. Para nosotros esa máquina era parte de nuestra vida, siempre ahí, siempre relacionada con él.

Entonces, lo dejábamos encendido ahí, y por mientras jugábamos, y de y de repente se nos ocurrían cosas y se las decíamos espontáneamente,

o a veces nos poníamos de acuerdo y le cantábamos una canción. Ya, un, dos, tres,

tres, cuatro, poníamos de acuerdo y le cantábamos una canción.

Ya, un, dos, tres. Yo muy tempranito me levanto a la mañana, lavo mi cena lindacita.

O le contábamos con lujo detalles cosas Casi siempre nosotros grabábamos por un lado del cassette, y si mi abuela estaba ese día de visita, grababa algo con nosotros, y mi mamá casi siempre grababa por

el otro lado. Hola, Garbito, este era común de Ibai,

O sea, quería hacerte una introducción musical.

Hola, divine, O sea, quería hacerte una introducción musical. Por ahí más adelante, mejor te canto una canción que me gusta mucho, que me la estamos recién sacando con el enano, es

la compañera.

Le contaba sobre nosotros.

Denny, está bien, un poco flaco el encuentro, pero está bien.

Me encanta andar haciéndose el payaso

y haciendo chistes y bromas. Tiene un un carácter muy lindo el nene.

Y claro, le contaba sobre ella.

No sé, a pesar de que hace tanto tiempo que no no te hablaba o no te escribían, no sé, en este momento como que se me van las todas las cosas que te quiero decir.

Yo no escuché estos casete de mi mamá cuando ella los grabó. Claro, eran mensajes entre ellos y no para nosotros los hijos, y quizá va a sonar tan simple, tan insignificante, pero no lo es. No había escuchado nunca a mi mamá decirle gordito a mi papá, es que yo era muy niño cuando vivían juntos, entonces nunca vi un matrimonio de verdad entre los dos, así que cuando escucho esto

Respecto a mí, estoy feliz porque entre estudiar algo que quizá, no sé, yo siempre pensé que que me gustaba, pero no me sentía capaz, y este año dije no, voy a estudiarlo y estoy feliz. Entré a estudiar teatro y tengo diez horas de clase a la semana,

son Es

como si estuviera escuchando el final de la relación, cuando dice estoy feliz, ya me imagino cómo debe haber sonado para mi papá. Sonaba a yo me quedo, a yo no me mudo a Francia, a mis hijos y yo nos quedamos en Chile.

Si

bien la relación de mis padres ya tenía problemas antes de que mi papá se fuera a Francia, sin duda que la distancia debilitó aún más la relación, y poco a poco fueron aceptando la realidad que les había tocado vivir, y mi madre fue echando raíces nuevamente en Chile. Comenzó un negocio con su hermana, un jardín infantil y, claro, siempre preocupada por nosotros y de nuestra crianza. Mientras, mi papá, por su lado, trataba de seguir educándonos desde lejos. Lo hacía a través de anécdotas, de narraciones sobre algún viaje que había hecho o sobre un museo que había visitado. Hay un momento muy significativo en uno de esos casetes.

Mi hermano se acuerda mejor que yo.

Siempre lo ha recordado porque ese es como el el ejemplo, ¿no? De de la nostalgia que él tenía de de esta comunicación más directa con nosotros, en que él hace un montaje, hace un montaje con nuestras voces.

Quería hacer un experimento y y ver si podía conversar un poco directamente con con los niños.

Estamos hablándole a él a través de estos tapes desde lejos, desde Chile, ¿no? Y intercala, él pone su propia voz ahí, ¿no? Entonces, hace como si él estuviera dialogando con nosotros.

A ver, Lawrence, dime tú, ¿te acuerdas? En el cassette último ese que me mandaron, me estabas contando algo de que te había mandado la nana o que te había traído la nana. A ver, ¿cómo era la cosa? ¿Qué es lo que te trajo la nana?

La nana me me traje esa foto donde sale

Hacer este montaje que mi padre hizo con la tecnología que tenemos hoy no costaría mucho, pero con los aparatos que él tenía en esos años era muy difícil. Se consiguió una grabadora de doble cassette, una overlay, especialmente para hacer este tipo de ediciones.

Me hacía sentir más cercano a ustedes, más partícipe con ustedes, y que seguramente me daba a mismo una satisfacción tal como para sentirme un poco mejor en este castigo que era el exilio.

Pero lo he hablado con mi hermano y ambos coincidimos en que seguro había algo más ahí, estaba reclamando su lugar.

Y esta añoranza, ¿no? De de vernos crecer y de saber de nosotros y y de estar presente y de no perder esa ese rol, ¿no? El el rol del padre, la figura de la figura paterna.

Pasaron más de cuatro años así, con la figura de mi padre apareciendo solo en los parlantes de una grabadora, hasta que un día, en el año ochenta y uno, nos dio una gran sorpresa. Con mucho esfuerzo había podido juntar un dinero y nos propuso que viajáramos con mi mamá y mis hermanos a Perú para encontrarnos con él allí. Él no podía entrar a Chile, pero no le podían prohibir que nos viéramos en otro país, así que en febrero de ese año, cuando yo tenía ocho, nos fuimos en bus a Tacna, que es una ciudad pequeña que está al otro lado de la frontera con Perú. Me acuerdo de ese viaje en bus desde Santiago cuando cruzamos el desierto de Atacama, viendo por la ventanilla ese paisaje árido, interminable, y sintiendo esa enorme ansiedad de conocer finalmente a mi papá. Porque bueno, lo había conocido a través de estos casetes, sí, había podido saber de él, escuchar su voz, imaginarlo, o haber visto alguna foto que él había enviado.

Más o menos sabía cómo se veía físicamente, pero iba a ser la primera vez en muchos años que iba a tener a mi papá ahí en persona, que lo iba a poder tocar, que lo iba a poder abrazar. Me acuerdo muy claramente de la espera, habíamos quedado de vernos en la plaza central de Tacna. Estábamos mis dos hermanos, mi mamá y yo parados ahí, en la mitad de la plaza, esperando. Sabíamos que iba a aparecer en cualquier momento, pero no sabíamos si se iba a bajar de un taxi, si iba a llegar caminando o cómo. Me acuerdo muy bien de lo nervioso que estaba, me parecía verlo en todas las caras que pasaban por la plaza en ese minuto, hasta que creo que fue mi hermana la que lo reconoció y gritó, allá está mi papá.

Salimos los tres corriendo hacia él, todos llorosos de felicidad, y cuando ya estuvimos al lado de él, le saltamos encima y lo abrazamos, y eso fue un abrazo que nunca voy a olvidar.

Momento, ese día y luego los días posteriores, no dejaba de mirarlos para ver los cambios que había habido en ustedes, para ver cómo se expresaban su cara, sus movimientos, habían cambiado tanto, este, incluso habían cambiado en relación a lo que yo me imaginaba, sus cuerpos, su sonrisa, sus ojos. De ti, por ejemplo, no puedo dejar de recordar tu cara como de asombro, con que me mirabas como de asombro curioso, sí, reconociendo a este hombre que era tu padre en tu inocencia de los ocho o nueve años y expresándola a través de tu sonrisa, de tu mirada, de tu cara.

Poco a poco nos fuimos acostumbrando, nos fuimos familiarizando más y más, reconstruyendo esa confianza. Esos días con mi padre estuvieron cargados de emociones y de mucha felicidad, pero esa felicidad duró apenas cuatro semanas. Luego, mi padre volvió a Francia y nosotros a Santiago. Otra vez mi papá volvía a convertirse en esta grabadora y, claro, desde una grabadora no había defectos, no había confrontaciones, no había regaños, era prácticamente perfecto.

Habíamos construido una imagen paterna muy ideal, muy perfecta, ¿no? Y ese fue nuestro padre, esa figura ideal, perfecta, ¿no? Mítica, fue nuestro

padre. Y aprendimos a vivir con esa imagen, a defenderla frente a los compañeros de escuela, que muchas veces nos juzgaban por no tener un papá, pero siempre supimos que él quería volver a Chile a estar con nosotros. Desafortunadamente, pasarían más de diez años hasta que lo lograra, y en esa década mi mamá rehizo su vida, siguió trabajando en teatro y conoció a alguien más, y para mi padre las cosas también habían cambiado. Ahora tenía una compañera francesa y una hija pequeña, mi hermana Adeline. Pero en mil novecientos ochenta y seis, nombraron a un nuevo cónsul chileno en París, y este finalmente le entregó lo que los anteriores le habían negado a mi papá, un permiso para volver.

Y en julio de ese año aterrizó en Santiago. Y no les voy a decir que todo fue perfecto, en esos once años habían cambiado muchas cosas. Chile ya no era el mismo país que mi papá había dejado atrás y nosotros tampoco éramos los mismos niños que él había visto por última vez en Perú. Mi hermano Lawrence tenía diecinueve, Gailey dieciséis y yo tenía catorce. Primero llegó él solo, sin su nueva familia, y llegó a nuestra casa.

Fue emocionante y extraño tenerlo tan cerca, hablábamos largo, sin el límite de tiempo que te daba el cassette, que duraba sesenta minutos. A veces hasta madrugábamos conversando, parte de no podía creer que lo tenía enfrente, y también me costó entender que su regreso no significaba que nuestra familia se había reconstruido, quizá eso fue lo más duro. Y su retorno tampoco fue permanente, quizás no se acostumbró al nuevo Chile, no sé, se separó de su pareja francesa y en mil novecientos noventa y uno se fue a vivir a California. Dos años después lo seguí, quería estudiar, y fue la primera vez que vivimos juntos de verdad. Yo tenía veintiún años.

No fue nada fácil. Yo estaba acostumbrado a una vida muy autónoma, muy libre, y mi papá quería ejercer su rol de padre, quería tener autoridad sobre y no nos funcionó. Tengo mucha responsabilidad y también hay que ser justo, yo era un chico muy rebelde. Ahora han pasado más de veinte años, Mi padre volvió a Chile y yo me quedé en California. Estoy casado y tengo un hijo.

Ella es un hombre mayor de la edad que nos imaginábamos que tenía cuando hacía el papel del abuelo, ese personaje inventado que nos entretenía tanto de niños. Y cuando nos visita, lo veo tirado en el piso jugando con

mi hijo,

y es el mismo que era conmigo y con mis hermanos, juguetón, cariñoso, lleno de historias. Ya es el abuelo, pero el abuelo inventado tenía aventuras imaginarias, este, en cambio, las ha vivido. Durante toda esta historia me he referido a él como papá, pero debo confesar algo, en la vida real no me sale tan fácil esa palabra, no por qué. Le digo a Alberto.

Denis Maxwell es periodista radicado en San Francisco, California. Esta historia fue editada por Camila Segura y La Viñas y por mí. Mezcla de diseño sonido es de decir e Bayonet con música de Ramtine Arblue. El resto del equipo incluye a Luis Trelles, Martínez, Elsa Liliana Ulloa, Bárbara Sohill, Caro Rolando, Melissa Montalvo y Brian Zweikert. Nuestros pasantes son Emiliano Rodríguez, Andrés Aspiri y Luis Fernando Vargas.

Carolina Guerrero, nuestra CEO. Conocemos sobre el rambulante y sobre esta historia en nuestra página web, rambulante punto org. Raabamblante cuenta las historias de América Latina. Soy Daniel Alarcón. Gracias por escuchar.

Podcast: Radio Ambulante
Episode: Cassettes del exilio