Me sentía fea. Me daba mucha vergüenza, mucha vergüenza porque no mi pelo no era lacio.
La melena afro la heredó de su padre y peinarla nunca fue fácil. Sus papás estaban separados desde el dos mil dos, cuando ella tenía tres años. Entonces, cuando se quedaba en casa de su papá en Ponce, en el sur de Puerto Rico, él le hacía algo así como un peinado de control, un peinado fácil.
Siempre me hacía un moñito, me apretaba mucho el y me ponía gel y me hacía un moñito como para abajo.
Prefería ese, pues no le dolía tanto como cuando caía en manos de su mamá, que vivía en San Juan.
Cuando estaba mi mamá, pues muchos moñitos, y yo lloraba tanto, y a mí no me gustaba, no me gustaba para nada. Me apretaba el pelo una cosa que quedaba así como que tipo facetling.
Tenía que estar estirado y para eso le ponía mucho gel y spray, el pelo quedaba duro e inmóvil. La consigna era tenerlo controlado.
Nunca me decían vamos a a dejarte el el pelo suelto o y tampoco yo
preguntaba. Así eran las cosas, pero ella soñaba con otros peinados, soñaba con un cabello diferente, largo, lacio, como el de las princesas de Disney, o para no ir muy lejos, como el de la mayoría de sus compañeras de la escuela privada a la que iba. Siempre se comparaba con ellas y las envidiaba.
Lo que más miraba era era las que tenían el cabello rubio y tenían el cabello lacio y oía ahí. Yo, wow, quisiera ser como ella, quiero ser su amiga.
Pero la realidad era otra. Su cabello no crecía mucho, máximo por debajo de la oreja. Era áspero, ancho y voluminoso. Alanis lo sentía como una esponja marrón a prueba de agua. Por eso se alegró tanto cuando un día del dos mil siete, a sus ocho años, su mamá le propuso ir a que le hicieran unas trenzas.
Y yo qué chévere, yo estaba bien emocionado.
La idea de llevar un peinado diferente la ilusionó muchísimo.
Vino esta persona, me puso las trenzas que eran las trenzas pegaditas, estilo Cornroads, y recuerdo que trajo unos beats para ponerle colores, este, a las tres trenzas y yo, wow, qué chévere. Y escogí los colores que quería y y fue algo bien bonito para mí. Realmente me lo disfruté, me sentía súper
linda. Por primera vez le gustó lo que vio cuando se miró al espejo. Al día siguiente, muy orgullosa de su nuevo look, se fue a la escuela. Poco después la llamaron a la rectoría.
Y yo estaba súper, súper ansiosa y súper asustada porque, o sea, no me había, no sabía por qué me estaban llamando, no había hecho nada.
Muy pronto entendió que el problema no era su conducta.
Me dijeron que no podía tener estas trenzas, ¿verdad? Porque no las permitían en el colegio. En el colegio llamó a mis papás y me tuvieron que recoger y, entonces, pues, tuve que que quitarme las trenzas.
Toda la ilusión de su peinado estaba literalmente deshecha, pero nadie se atrevió a cuestionarlo. Si eran las reglas, sus padres coincidían en que había que seguirlas. Pero para Lannis, en cambio, este acto marcaría un antes y un después, y no solo para ella, sino para la historia de Puerto Rico. Una
pausa
y
volvemos.
Estamos de vuelta en radio ambulante. Desirée Yépez nos sigue contando.
Alani salió de la escuela sin entender la razón detrás de la prohibición de llevar trenzas, pero aunque estaba frustrada, no podía hacer mucho. Tenía solo ocho años y poco a poco había empezado a sentir que había algo que estaba mal con ser una niña con rasgos afro. Si bien ella tiene un tono de piel claro, no todos en su familia se veían así.
Siempre habían comentarios como que hay que mejorar la raza. Habían ocasiones que que mi abuela comentaba, ¿verdad? Que que ella sentía que cuando ella estaba creciendo, pues no la querían por serle negra o no querían a mi abuelo porque era negro.
Había un rechazo interiorizado en su familia a lo que pudiera relacionarse con esas raíces y, obvio, el cabello no era una excepción. Tanto que su tía le contó que la raparon cuando era niña. A Alanis no le hicieron eso, pero sí le inculcaron la necesidad de modificarlo a cómo diera lugar. En su caso, se lo empezaron a alisar desde que tenía como cinco años.
Cuando me planchaba el cabello, pues, todo el mundo me me hacía comentarios. Cuando llegaba a la casa, mi abuela, wow, qué linda, parece una muñeca o todas estas cosas que me hacían también pensar cuando tengo el cabello lazo y todo el mundo me dice que estoy bella, que estoy hermosa, pero cuando tengo el cabello liso, pues no eran los mismos halagos.
Por eso estaba acostumbrada a las peluquerías, al secador, la plancha y el cepillo para sentirse bonita. Para ella, su pelo determinaba la forma en que habitaba el mundo. En una de sus visitas a la peluquería, una señora mayor le dijo algo que nunca olvidaría y que se repetiría como un mantra.
Me dijo que para ser bella había que ver las estrellas.
Alanis entendió lo que significaba esta expresión poco tiempo después del incidente en la escuela con el que iniciamos esta historia. Ya sin la posibilidad de hacerse trenzas, en una de las tantas visitas a la peluquería le ofrecieron un producto nuevo para hacer su sueño realidad.
Recuerdo que la muchacha me dijo, esto te va a dejar el pelo lapse, nunca más te va a crecer el pelo liso, va a quedar set.
Estaba emocionadísima con la idea de por fin transformar ese pelo malo, rebelde, desordenado en algo más sedoso o delicado. No veía la hora de tenerlo lisito como el de las mujeres que salían en los comerciales de televisión.
Entonces, pues me lavaron el pelo, me aplicaron los el producto, que es como una cremita, y tenía un olor bien fuerte al químico, y estaba bien tenso, y luego me dejaron el producto, yo diría, como quince
minutos. Y fue ahí cuando empezó a ver las estrellas.
Me al día muchísimo, como que me estaba quemando mucho, mucho, pero luego de de como a esos quince minutos, yo mira, ya ya ya me me duele, ya como que me arde y la muchacha no, dale unos, dale un minutito más, dale un poquito más de tiempo.
Y es que una de las señales de que el producto está haciendo efecto es del ardor en el cuero cabelludo, porque, básicamente, lo que los químicos hacen es romper la hebra capilar. Alisarse del cabello no es algo nuevo, se remonta a inicios del siglo veinte cuando las mujeres negras en Estados Unidos buscaban trabajo en fábricas o en hogares blancos y se popularizó en los años cincuenta. Pero a pesar del tiempo y los avances en productos estéticos, el proceso sigue siendo doloroso. Así que había que aguantar, y Alanis lo hizo, muy obediente. Después llegó el agua fría que alivió un poco el dolor y enseguida la fantasía de una nueva cabellera.
Y luego de eso, yo guau, o sea, el pelo quedó súper brilloso, súper lacio y yo nunca más me va a crecer el cabello rizo y me sentía súper, súper hermosa y estaba contenta.
El sufrimiento había valido la pena. La melena indomable y espesa se había transformado y todos la piropeaban.
Todo el mundo estaba, wow, qué linda, qué bella, pero está bien brilloso porque realmente se veía súper brillosito.
Alani siguió usando la Lisanta durante años, se lo ponía cada tres meses más o menos, pero poco a poco empezó a ver los estragos que le estaban causando los químicos.
Se me empezó a caer, no me sentía confiada en en cómo me veía, cómo se veía mi pelo y era bien chocante cuando no me podía pasar, por ejemplo, a la plancha, el ver que no había nada de risa y estaba muerto el pelo, no se veía bien. La
magia había perdido su encanto. Como el pelo estaba tan dañado, tampoco podía alisarse, así que naturalmente los rizos empezaron a brotar, y no le quedó otra alternativa que aceptarlos, aunque las redes sociales igual jugaron a su favor.
Vi que otras personas estaban dejando sus cabello al natural, particularmente en las redes, como que hubo un movimiento de mucha gente dejándose sus cabellos fosfortizados, y yo vi eso y yo, wow, mira, se ve súper hermoso y recuerdo que yo tenía el pelo así antes, ya no sé cómo se ve, no sé cómo sería mi cabello si me dejara
así. Era dos mil quince y tenía dieciséis años cuando decidió que no se sometería más a los alisados, y mientras su pelo natural crecía, poco a poco una revolución sucedía en su cabeza. No fue fácil porque al principio le chocaba esa nueva imagen, no era a lo que estaba acostumbrada desde que era chiquita. Y el proceso de crecimiento era duro, tenía que controlar dos tipos de cabello, los rezagos del pelo lacio que iban desde la mitad hasta las puntas y los rizos que empezaban a crecer en la raíz.
Fue un proceso bien bien emocional, sentía muchas cosas pero no podía creer que que ese era mi pelo y como que la hacía así para ver los rizos.
Se ponía frente al espejo, agarraba un mechón y se lo estiraba para ir viendo cómo crecía el nuevo pelo, era como reconocerse literalmente. Aunque Alanis Ruiz había nacido con sus rizos, nunca había aprendido a convivir con ellos, menos a quererlos. Le tocaba aprender a hacerlo ya siendo prácticamente
adulta. Lo primero que hice fue buscar video en en YouTube, qué productos tenía que utilizar, cómo podía manejarlos. Fui yendo a salones de cabello afrojizados, pues me empezaron a explicar un poco más de los pasos de los productos.
En esa búsqueda, un día de finales de dos mil veinte, en plena pandemia, el algoritmo le soltó una convocatoria en redes sociales. Se trataba de un programa gratuito que se llamaba Afrojuventudes. Esto lo impulsaban dos organizaciones reconocidas por su activismo antirracista en Puerto Rico. Querían formar jóvenes en política y activismo, usar el arte para hacer incidencia con un enfoque en afrodescendencia y ancestralidad. Para ese momento Alanis era estudiante universitaria de ciencias políticas con especialidad en género y tenía veintiún años.
No había tenido la oportunidad de estar en un espacio con jóvenes negras y afrodescendiente, algo que me parecía algo sumamente importante porque ya estaba comenzando a a tener muchísimos cuestionamientos y preguntas, y quería conocer más de de mi afrodescendencia, ¿verdad?
En su familia, la negritud no era un tema del que se hablaba, pero sí era una duda creciente en Alanez, y uno de los principales cuestionamientos que tenía era sobre la historia de su cabello. Sabía que lo había heredado de su abuelo paterno y de su abuela materna, ambos negros, pero sentía que un espacio como este podía ayudarla a reflexionar sobre su propio pasado, ese pasado del que conocía poco. Así que aplicó al programa y ahí conoció a más de cincuenta jóvenes afrodescendientes. Se reunían todos los sábados virtualmente y una de las primeras cosas que descubrió fue que en el tema del pelo no estaba sola.
Y me di cuenta que no era una experiencia mía nada más, o que no era una inseguridad mía, sino que había un componente racial dentro de todo esto y que otras jóvenes también y otras personas habían pasado por estos procesos y me di cuenta que es una herida que teníamos.
Una herida porque en esa primera conversación conoció experiencias tan o más traumáticas que la suya. Escuchó casos de jóvenes que tampoco pudieron usar trenzas ni su pelo natural en el colegio, de personas que vivieron acoso laboral y de mujeres que describieron analizarse el cabello como un acto violento. El taller sobre el cabello de afrojuventudes se llamaba Altar de Altares. Así me lo explicó Sathan Tonetti, una de las organizadoras del programa.
Se aborda la historia de nuestros cabellos, pero también se se ve y se entiende en nuestras cabezas como sagradas.
Sagradas porque una de las características de la esclavitud fue quitarles el cabello a las personas esclavizadas para identificarlas y restarles humanidad. Por eso, el taller más que una cátedra fue como un viaje hacia adentro, hacia el origen mismo de la historia.
La historia de nuestros cabellos no comenzó por la esclavitud, como mucha gente piensa, sino todo lo contrario, es algo que viene de, bueno, de de mucho, mucho, mucho, mucho, muchos años, ¿verdad? Siglos, generaciones atrás Y que los peinados particularmente en África, muchas veces, así como el turbante o hasta accesorios, tenía una carga de representar de qué familia, de qué tribu, de qué clase social.
La presencia de personas negras en Puerto Rico se remonta al siglo dieciséis cuando cientos de africanos secuestrados llegaron a la isla para ser esclavizados. Como sucedió en el resto del continente, uno de los impactos más duraderos de la esclavitud es el rechazo a la negritud y hay un dato curioso que dice mucho. En el siglo dieciocho, el reino de España creó una política que permitía que las personas afrodescendientes que tuvieran una herencia racial mestiza pudieran pagar un monto para ser reclasificadas como blancas. En Puerto Rico, muchos lo hicieron, y ese blanqueamiento social ha sido una constante en la isla. Casi treinta años después de la abolición de la esclavitud y ya bajo el dominio de Estados Unidos, en el censo de mil ochocientos noventa y nueve, cerca del sesenta y dos por ciento de la población se autoidentificaba como blanca, cifra que para el dos mil había alcanzado el ochenta por ciento.
Sí
Sí, hay que reconocer que ese proceso de la colonización, de la explotación de nuestros cuerpos, de la trata, de la esclavitud, lo que hizo, principalmente, fue deshumanizarnos. Y esa deshumanización de presentarnos como seres salvajes, lo más cercano, ¿verdad? Lo animal, tuvo un impacto directo a nuestra hasta nuestra belleza, a a decir y a representar y a y hacernos pensar a nosotros mismos que nosotros somos feos, ¿verdad? Que no había ningún tipo de humanidad ni belleza en nosotros, cuando siempre ha sido todo lo contrario.
Y en medio de estas conversaciones, Alanis encontró la pieza que, sin saberlo, estaba buscando para completar este rompecabezas.
Nos hablaron del Crown Act, que es la política pública en Estados Unidos, y toda esta historia con relación al cabello.
Crown Att, las siglas en inglés de Create I Respectful and Open World for Natural Hair, es una ley que surgió en dos mil diecinueve en California. En español significa crear un mundo respetuoso y abierto al pelo natural, y busca proteger a las personas negras de cualquier forma de discriminación por el estilo de su cabello. Parte del proceso de aprobación de esta ley incluyó una encuesta donde de las mujeres que participaron, más de la mitad creía que debía alisar su pelo para tener éxito en una entrevista laboral. Casi todas habían usado alisante por lo menos una vez en su vida y muchas dijeron que por su peinado las regresaron del trabajo a su casa. Saber todo esto inspiró a Alanis.
Y de ahí, pues, yo me quedé con eso, como que sería bueno que aquí en Puerto Rico hubiera algo así.
Una ley para que ninguna otra niña o niño tuviera que sufrir la violencia que ella y muchas otras personas sufrieron.
Una pausa y volvemos. Estamos de vuelta en RA ambulante, Desirée Yépez nos sigue contando.
En el dos mil veintiuno, unos meses después de iniciar el taller de afrojuventudes, las cosas empezaron a alinearse. Alanis encontró una convocatoria para hacer una pasantía en la cámara de representantes y desarrollar un proyecto de ley, y aunque no tenía idea de cómo era el proceso para redactar y aprobar legislación, se animó a aplicar. Lo que sí sabía es que no sería fácil.
Y dije, pues voy a intentar someter lo del Crown Art, y pues ahí comenzó todo. Pero también sabía que los procesos aquí en Puerto Rico son super complicados y estaba un poco como que, pues si no se hace, por lo menos antes.
Luego de ser admitida en la pasantía, tenía solo un mes para sacar adelante la propuesta. Afortunadamente, no estaba sola, esto era el resultado de las conversaciones y el trabajo colectivo que se había sembrado en los talleres de afrojuventudes. De hecho, esas organizaciones que impulsaron la escuela antirracista la apoyaron en esta investigación. En el proceso confirmó lo que ya intuía por su experiencia, que en Puerto Rico había escuelas privadas con reglamentos que prohibían tener el cabello de ciertas formas. Los textos decían cosas como, cito, no se permitirán cortes étnicos, no podrán llevar trenzas y el volumen del pelo no podrá ser mayor de una pulgada.
Investigó más y con cada descubrimiento todo se volvía más chocante. Se enteró, por ejemplo, de que el uso de alisantes está relacionado con la aparición de ciertos tipos de
cáncer. Vi y yo, wow, y y nosotros aquí que estábamos todos los años haciendo estos alisados sin saber que esto tenía estas consecuencias.
Hace poco un estudio del Instituto Nacional de las Ciencias de Salud Ambiental de Estados Unidos reveló que quienes usaban con frecuencia productos químicos para alisar el cabello, la mayoría de ellas mujeres negras, tenían más probabilidades de desarrollar cáncer de útero en comparación con quienes no los utilizaban. Esto también está asociado con la aparición temprana de la menstruación y problemas de salud reproductiva como fibromas, partos prematuros, infertilidad y cánceres de mama y ovario. A Alanis, por ejemplo, le diagnosticaron endometriosis a sus veintiún años, y aunque no se puede saber si sus alisados están relacionados, siente que no puede descartar esa posibilidad. Todo esto le sirvió como un motor para clavarse de lleno en el texto de la propuesta de ley que estuvo lista en julio de dos mil veintiuno, pero una vez en manos de la cámara de representantes, se estancó.
Pues yo estaba en la universidad y siempre buscaba momentos, ¿verdad? Para para hablar del proyecto, se lo comentaba a la gente, pero también había perdido un poco de la esperanza de que de que se fuera a proveer.
Es que el tiempo pasaba y nadie lo tomaba en cuenta. Así pasaron dos años hasta que en dos mil veintitrés Alani se reactivó. Aplicó un programa para diseñar una campaña educativa para promover la ley y buscó a una senadora afrodescendiente que trabaja temas de racismo, xenofobia, género y poblaciones lgbTIQ más. Esta es ella, Ana Irma Rivera Lazen.
La pobre estaba muy desilusionada, pero cuando conversé en la oficina con ella, a mí me parece que el proyecto era muy bueno y que debía hacerse lo posible por hacerse, sobre todo
que yo había estado leyendo mucho sobre Crown Kut. Puerto Rico, como territorio estadounidense, tiene el mismo esquema de gobierno que Estados Unidos. Hay un senado, una cámara de representantes y la gobernación. Recordemos que inicialmente Alanis presentó el proyecto en la cámara de representantes donde no pasó, Pero con Ana Irma en el senado llevando la discusión del proyecto, el proceso empezaría de nuevo.
A mí me pareció que era perfecto para lo que yo había estado haciendo con esos temas y lo empezamos a trabajar, entonces, en mi oficina, en el senado. En la introducción hablábamos sobre lo que es la discriminación, ¿verdad? Cómo se cómo es en Puerto Rico, específicamente con cuáles son las leyes que en Puerto Rico había que enmendar.
El nuevo texto incluía contexto histórico donde se explicaba cómo en África se utilizaba el cabello como símbolo y expresión de cultura. Por ejemplo, en la época del antiguo Egipto ya existían las rastas, o cómo para las personas esclavizadas el cabello significó sustento porque escondían semillas en sus trenzas.
Incluso las personas esclavizadas utilizaban los Corn Roads para crear mapas y escapar, ¿verdad?
Las Corn-Roads son las trenzas pegaditas a la cabeza como las que se hizo Alanis cuando era niña. En el documento también se hablaba del contexto constitucional de Puerto Rico, donde, a pesar de que oficialmente la esclavitud se abolió en mil ochocientos setenta y
tres y más del
diecisiete por ciento de la población se identifica como afrodescendiente, el racismo se siente. Para poder entender cómo funciona el discrimen por estilos de cabello, eso va
de la mano con la manera en que el racismo se da en Puerto Rico. Tono de piel es la manera más fuerte en que se manifiesta el racismo en Puerto Rico. Eso quiere decir que tú puedes tener, incluso en una misma familia, personas de diferentes tonos de piel, y algunas se identifican como personas blancas si su polaridad es más clara, y otras se identifican como personas negras en una misma familia. Pues igualmente pasa con los estilos de cabello, sí, y con las texturas de cabello.
La idea de la ley era evidenciar que hacerle crear a
las personas que lucen mejor cuando se alejan
de su aspecto natural es una forma de violencia. Cuando se alejan de su aspecto natural es una forma de violencia. Para decirlo más claro, la idea colectiva de que mientras menos negro o afro te veas es mejor, es violenta.
En esta época pensar que tenemos una juventud traumada por el racismo, es una cosa muy dura, ¿verdad? Uno pensaría que que no tenemos, no deberíamos tener a estas alturas de la del del siglo. Jóvenes enfrentando un racismo como el que quizá muchos años atrás pensábamos que no íbamos a tener que mirarlo en esta época, pero está ahí, está vivo.
Cuando el documento estuvo listo, se convocó a una audiencia pública donde representantes de distintos sectores de la sociedad compartirían sus experiencias. A Elanis, la convocatoria la tomó por sorpresa.
Yo me enteré como, yo creo que como cuatro días antes, fue algo súper súper rápido. Yo ni ni estaba muy segura quién iba quién iba a ir y tuve bien poco tiempo también para redactar lo que iba a decir y eso fue bien ajetreado.
Fue el veintitrés de enero de dos mil veinticuatro.
Me desperté súper ansiosa. Recuerdo, de hecho, que me sentía un poco enferma, y yo dije no, yo como quiera voy a ir, voy a estar ahí, tengo que estar.
Cuando Alanis llegó, se encontró con que el salón del senado estaba lleno.
La Comisión de Derechos Humanos y Asuntos Laborales del Senado comienza los trabajos hoy martes, veintitrés de enero del veinte veinticuatro a las diez y veintiocho de la mañana. Te doy las gracias más profundas.
En el fondo de la sala estaban los senadores, tres mujeres y dos hombres en sus cubículos. Frente a ellos había una mesa de madera con espacio para tres expositores que se irían rotando. Ana Irma estaba en el medio dirigiendo la sesión y en la parte de atrás decenas de sillas ocupadas por los asistentes. La reunión arrancó en la mañana y Ana Irma fue la primera en hablar.
Esta comisión tiene a bien atender el proyecto del senado doce ochenta y dos, a petición de la joven Alanís Ruiz Guevara, También está presente.
Como que, aunque estaba nerviosa y estaba temblando y sentía como que el corazón en la garganta, yo, pues, tengo que hacerlo, ya estoy aquí.
Había repasado mucho el texto que había escrito. Se armó de valor, se puso frente al micrófono y se presentó.
Soy una joven afrodescendiente universitaria y activista. Me dirijo ante ustedes
Arrancó hablando de lo racistas y violentos que son estos reglamentos.
El discrimen hacia los cabellos afro y los peinados protectores no es uno personal, sino uno sistemático, el cual por años debido a la
Enfatizó que no es únicamente una cuestión de estética.
Es un asunto de salud pública, donde debido a estos reglamentos, las personas negras y afrodescendientes recurren a revisarse los cabellos. Los cuales.
Y terminó diciendo que la ley es una garantía para la dignidad humana que merecen las personas negras y afrodescendientes en Puerto Rico. Después pasaron varias personas más y compartieron sus historias. Una mujer contó cómo había sido discriminada a la hora de conseguir trabajo usando su cabello como
excusa. Estás cualificada para trabajar aquí, pero te tienes que picar el cabello. Nosotros no aceptamos ni rizos ni turbantes y mucho menos dredlocks.
Hubo madres que hablaron por sus hijos, porque esto no es algo que afecta únicamente a las mujeres. Los hombres negros también se enfrentan a prejuicios y la discriminación por su aspecto físico. A los hijos de esta mujer los obligaban a cortarse su afro para poder entrar al colegio. Esto afectó directamente su comportamiento.
Mi hijo Jean Franco comenzó a a exhibir una actitud de rebeldía y vergüenza. Se cubría su cabeza todos los días con un abrigo que tenía capucha, porque se avergonzaba de la forma en que lo obligaron a verse. Todo el tiempo estaba triste, constatativo y reprimido, lo que para cualquiera pudiera ser un simple recorte de cabello. Para él era una transgresión a su derecho de ser, una renuncia obligatoria a su identidad y a su
raza. El dolor era una experiencia compartida, tanto que uno de los senadores se animó a dar su testimonio.
Es que yo he sido discriminado por eso. Fui el el blanco de una pastora que sencillamente dijo que yo era un puerco, me
iba a lavar la cabeza
por la falta de higiene. El primer consejo en el dos mil dieciséis, cuando yo gané, era que me tenía entonces que y recortarme y perdonarme como los denes. En realidad, yo me siento más hoy en ese banquillo que en este.
Fueron más de tres horas de traumas compartidos. Además de ser una especie de catarsis colectiva, sirvió para que el tema se empleara a la opinión pública. La senadora Ana Irma, como una de las caras de la propuesta, experimentó el impacto que tuvo esa discusión nacional.
En algunos sitios que iba, se me acercaban algunas personas a contarme sus historias de todo lo que habían sufrido porque, simplemente, les querían hacer cambiar su estilo de cabello.
De repente, era como si un dolor masivo se hubiera destapado.
Una pausa y volvemos. Estamos de vuelta en RA ambulante. Desirée Yépez nos sigue contando.
No todos apoyaban el proyecto de ley. Había unos que pensaban
que era innecesario. Por ejemplo, la el departamento de de trabajo, recursos humanos, en Puerto Rico decía que no era necesario aprobarlo, porque eso ya estaba prohibido, porque era una variante del discrimen por por raza. Incluso el departamento de educación dijo lo mismo, que ellos entendían que eso estaba cubierto con las prohibiciones.
Según estos argumentos, como la constitución de Puerto Rico ya prohíbe el racismo, el proyecto era absurdo. Pero el objetivo de Alanis era que la ley sirviera para que quienes se sientan vulnerados por tener rizos apretados, rastas, trenzas, moños tipo nudo y afros se puedan defender. En abril, con quince votos a favor, el senado por fin aprobó el proyecto y aunque fue una muy buena noticia, era solo la primera batalla de la guerra que querían ganar. Ahora el proyecto pasaría a la cámara de representantes, la misma donde no pasó esa primera vez en dos mil veintiuno. Recordemos que en Puerto Rico, si el senado aprueba un
proyecto, luego este debe ser votado
en la cámara de representantes y viceversa. Dos mil veinticuatro se acercaban, se apuraron. El colectivo de Alanis se unió a otras organizaciones y crearon estrategias que hicieran que el tema no se perdiera en medio de la vorágine de un año electoral. Así nació Mi Cabello es Mi Corona, y Sacha, que había sido una de las principales aliadas de Alanis, también lo sería esta vez.
Y para nosotros el el tema de de reconocer nuestro nuestros cabellos africanos y nuestros peinados es como entender que cargamos en nuestras cabezas nuestra corona y que cualquier persona que quiera incidir en eso, prácticamente, sería tratar de quitarnos esa corona y y va a ser un proceso de afirmación y de resistencia.
Y eso es lo que comunicaron a través de una campaña que juntó a casi treinta organizaciones y cientos de personas. Hicieron llamados en redes sociales, diseñaron filtros y camisetas con el mensaje de mi cabello es mi corona, y contenido explicativo sobre el valor de la estética afro, pero no podían quedarse en el mundo digital, tenían que salir a las calles. Así que, a mediados de mayo, decenas de personas se reunieron afuera del Capitolio en San Juan para reclamar que se discutiera y se probara el proyecto. Fue una manifestación pacífica en la que, como recuerda Sacha, hubo consignas, música.
Y generalmente llevamos un beauty, un salón de belleza, una barbería a frente al Capitolio. Y esto con música, con con arte, habían niñas, habían personas adultas. En una tarde pudimos de pronto desplegar nuestra belleza, teníamos trenzadores en el espacio, teníamos barberos en el espacio.
Habían sido meses de un trabajo intenso en los que iban a las oficinas de los representantes y entregaban información, hasta que el veinticinco de junio todo se activó.
Los trabajos de la cámara de representantes. Muy buenas tardes a los compañeros legisladores, al personal de la cámara de representantes y a todos
Ese día se esperaba que se discutiera su proyecto y otros más. Alanis estuvo ahí desde el inicio de la sesión. Todo avanzaba lento y hacía muchísimo calor. Cuando eran casi las siete de la noche, su propuesta aún no se discutía, así que Alanis decidió seguir el debate por redes sociales desde su casa, hasta que vio que llegó su turno. Estaba
ansiosa. Se abre la votación a las ocho y quince, treinta minutos.
En la pantalla aparecían los proyectos y los votos que iban sumando. Después de esa media hora, ahí entre el montón de proyectos, estaba el de Alanis ganando apoyo.
Yo estaba la misma vez hablando con mi mamá, que lo estaba viendo también, y según iban los votos, ¿verdad? Estábamos ahí pendientes. Y de pronto
Se cierra la votación final a las ocho y cincuenta y siete de la noche. Por resultado de la votación, todas las medidas han sido aprobadas y la cámara de representantes
Habían ganado. Mientras su mamá gritaba de emoción, Alanis estaba como en shock.
Yo no lo podía creer realmente. Sentía toda esta esta energía, emoción y felicidad, todo ese camino recorrido. Fue impresionante y realmente no me lo creía.
Faltaba la firma del gobernador de Puerto Rico, que ya había adelantado que si llegaba a sus manos, lo firmaría, y cumplió. El veinticinco de julio, el gobernador anunció que aprobó lo que se llamó la ley contra el discrimen por razón de estilos de cabello. Publicaron un comunicado donde se aclaraba que con esta nueva ley se amplían las protecciones para las para las personas con cabello rizado y estilos afrodescendientes, prohibiendo cualquier forma de discriminación.
Cuando lo fuimos, pues estábamos celebrando, o sea, gritando, llorando, había muchas emociones y y, realmente, todavía ni me lo creó.
La senadora Ana Irma lo sintió como un triunfo grande.
Sabía que no estaba fácil en Estados Unidos en todos los sitios y me pareció todavía mejor la posibilidad de que pudiéramos aprobarlo en Puerto Rico. De hecho, entiendo que somos también de las pocas jurisdicciones que lo ha logrado aprobar. En ese sentido, pues, hicimos historia también, historia en la jurisdicción de Estados Unidos y en América Latina y el Caribe.
Alanis tiene claro que no es suficiente una ley para reparar esa violencia que está ya tan interiorizada. Yo también. Y me incluyo porque mi historia no es muy diferente a la de ella, por lo menos en lo que se refiere a mirarte al espejo y no aceptar lo que ves. Mi cabello también es muy rizado. Pero a diferencia de Alanis, yo todavía no he hecho las paces con él.
Casi nunca me atrevo a llevarlo suelto y tengo treinta y cinco años. Si busco en los álbumes de fotos, uso un moñito desde que iba al kínder. No me lo dejaban suelto porque me veía cabezona. Alguna vez, alguien incluso dijo que parecía Krusty, el payaso de Los Simpson. Hasta ahora mi mamá dice que así suelto aparece la melena del rey león, y en la peluquería también me recomiendan que tengo que aprender a manejarlo para que no se vea estallado.
Y cada una de esas palabras se repite en mi cabeza cuando quiero intentar un peinado diferente. Mis churros son parte de mi afrodescendencia propia de la gente de Esmeraldas en la costa norte de Ecuador. Paradójicamente, mi mamá estudió estilismo y en su época, allá por los noventa, no les enseñaban a tratar el pelo rizado sino a alisarlo. Entonces ella me aconsejaba hacerlo pero a mí eso nunca me gustó. Mi mamá se alisa hasta ahora porque sigue sin sentirse cómoda con su pelo natural.
Lo hace desde que tiene unos quince años y me contó que cuando era jovencita con sus amigas usaban un ácido que sirve para destapar cañerías mezclado con pasta de dientes. Me cuesta creer que usarán algo tan peligroso en el cabello, pero coincide con lo que otra peluquera me dijo. Sé que es cierto porque la historia de los alisantes es parte del dolor que históricamente han cargado las poblaciones negras. Produciendo este episodio, me he dado cuenta de que el simple hecho de tener que pensar en cómo un tipo de cabello te marca la vida puede resultar absurdo, pero sin duda ha sido y es determinante. Así que le pregunté a Alanis qué le diría hoy a esa niña chiquita que se miraba al espejo y odiaba lo que veía.
Le diría que es bella, que hermosa, que su cabello es precioso, que cuenta la historia de su ancestro y que es algo muy especial, y que el que ella tenga su cabello florizado, el que ella tenga sus trenzas es algo mágico y algo poderoso, y que en un futuro muy cercano, ella va a poder amar su cabello en su totalidad, que va a poder usar sus trenzas y que se va a sentir hermosa, aunque ahora mismo no se sienta de esa forma.
Confieso que envidio su proceso. En mí hay una herida abierta que incluso me avergüenza que existan, pero ojalá que algún día, más pronto que tarde, lo consiga. Voy dando pasitos cortos como soltarlo en los lugares donde me siento segura. Espero que yo también pueda gritar orgullosa que mi cabello es mi corona, una corona que no me pesa.
En dos mil veinticuatro, Puerto Rico se sumó a los más de veinte territorios estadounidenses que han aprobado una ley contra la discriminación del cabello. Atziri Yépez es productora de Ramblante y vive en California. Esta historia fue editada por Camila Segura, Luis Fernando Vargas y por mí. Bruno Celsa hizo la verificación de datos. El diseño es Unidos, Andrés Aspiri, con música de Ana Tuirán.
El resto del equipo de Roundblante incluye a Paola Aleán, Lissette Arévalo, Pablo Argüelles, Adriana Bernal, Anelis Casasus, Diego Corzo, Emiliar Beta, Remy Lozano, Selene Mazón, Juan David Naranjo, Melissa Rabanales, Natalia Ramírez, Barber Sahahill, David Trujillo y Elsa Liliana Ulloa. Carolina Guerrero es la CEO. Rawmblante es un podcast de Rawmblante Studios, se produce y se mezcla en el programa Hindenbird Pro. Si te gustó este episodio y quieres que sigamos haciendo periodismo independiente sobre América Latina, apóyanos a través de Deambulantes, nuestro programa de membresías. Visita roundbulante punto o d g slash donar y ayúdanos a seguir narrando la región.
Round durante cuenta las historias de América Latina, soy Daniel Alarcón. Gracias por escuchar.