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Cuando se trata de escoger tu próximo vehículo, te darás cuenta de que existen muchísimos porqués, como, ¿por qué resignarte a un sedán cuando puedes tener una Ford? ¿Por qué comprar un carro que no te permite pasar de nueve a cinco a jugar con lodo? ¿Por qué conformarte con un vehículo sin sistema de almacenamiento Flexbeth que te permite pasar de telgating a modo mudanza de una? ¿O por qué comprar cualquier carro cuando puedes comprarte una Ford por menos de treinta mil MSRP? Las nuevas y capaces Ford Bronco Sport y Ford Maverick dos mil veinticinco.

Excluye impuestos y tarifas por título licencia.

Tras un año y medio de guerra en Sudán, su país vecino, Sudán del Sur, atraviesa una de las peores crisis humanitarias del mundo. Más de un millón de personas han llegado en busca de refugio mientras organizaciones internacionales intentan proporcionar agua, alimentos y atención médica. Saat el Kamali, al frente de las operaciones de emergencia en la ciudad fronteriza de Renk, ayuda a la vez que combate sus heridas abiertas por el conflicto de su país. Soy Marta Curiel. Hoy, en el país, la guerra de Sudán a través de una trabajadora humanitaria sudanesa.

Esta historia la trae mi compañero Diego Mangiva Reinés.

Lo que se escucha son las voces de la desesperación. Me encuentro junto a mi compañera periodista Elia Borrás en Yervana, una aldea de Sudán del Sur situada a apenas veinte kilómetros de la frontera con Sudán. Yervana es un refugio donde decenas de miles de refugiados sudaneses han huido de la violencia de un país que lleva casi dos años sumido en una guerra brutal e invisible a los ojos del mundo. Lo que se escucha son las voces de aquellos que luchan por el agua, un bien que, desgraciadamente, escasea en Yervana. La vida en Yervana continúa, aunque aquí lo hace al ralentí, a duras penas, como el generador que bombea el agua desde un pequeño lago cubierto de barro.

La estampa es desoladora. Cientos de personas tiran de sus burros, cargados con bidones de doscientos litros, esperando su turno para poder beber el agua estancada en un lodazal. Cada bidón cuesta unos dos euros y no todo el mundo puede permitírselo. Es la tragedia de cientos de miles de personas que desde abril de dos mil veintitrés, momento en el que estalló la guerra de Sudán, han tenido que lidiar con las consecuencias de un conflicto que, hasta el momento, ha desplazado internamente a más de doce millones de personas.

Shat del Kamali es de Hartum

y es una pieza clave de Médicos Sin Fronteras, una de las pocas organizaciones que llega donde nadie más lo hace.

Mi nombre es Saad el Kamali, coordinadora en terreno del proyecto de emergencia ENRenk en Sudán del Sur. Desde que comencé a trabajar en el campo humanitario hace diez años, he estado con la gente en terreno, escuchando sus historias. Hago lo posible para elevar su dolor y contribuir a que logren tener una vida mejor.

Schatt gestiona el día a día de los equipos de la organización en el terreno, en Renk, una ciudad polvorienta e inundada bajo un bar de plásticos ubicada a unos cuarenta kilómetros de Yervana. Es de estatura baja y va siempre cubierta con un velo y un chaleco de Médicos Sin Fronteras. Shat tiene aproximadamente cuarenta años, la piel clara color canela y alterna el árabe y el inglés en cada frase, según con quien hable. Los días en los que no ríe, Schatt está agotada, porque, a veces, aquí, en este lugar alejado de todo y de todos, las jornadas parecen no tener fin. Sin embargo, también se la ve reír, contenta de estar donde ella considera que debe estar.

Creo que nací para servir a las personas y mejorar sus vidas, por eso me encanta trabajar en el campo humanitario y estar con la gente en el terreno todo el tiempo.

Quedamos con Shat en su oficina. La Base de Médicos Sin Fronteras es un edificio humilde, aunque destaca con el resto de la destartalada arquitectura de Renk. Un par de bidones de agua, varios escritorios, un generador para continuar con las actividades y algunas camas para los miembros del equipo. Shannon para de arriba abajo todo el día, con un walkitalki en una mano y el teléfono móvil en la otra. Ella no es una trabajadora humanitaria cualquiera, es la coordinadora de proyectos de emergencias de Médicos Sin Fronteras en el norte de Sudán del sur, y es, además,

sudanesa.

Ver a estas personas perderlo todo, perder sus casas, perder sus propiedades mientras tratan de defender su dignidad, me lleva a malos recuerdos sobre mi propia experiencia. Recuerdo mi casa, mi coche, la vida que solía tener. Hay gente que incluso perdió a sus familiares. Entonces, es fácil para sentirme identificada. Es desgarrador y abrumador, pero al menos estoy ahí y al menos puedo ayudar.

A pesar de que Shaq cuenta con una amplia experiencia de diez años como trabajadora humanitaria en Yemen o Sudán, este contexto le rompe por dentro al tener que lidiar con su propia gente y, sobre todo, con sus recuerdos.

Te digo que es un milagro. Mi avión fue el último que salió del aeropuerto de Hartum antes de ser bombardeado. Viajaba de vacaciones a Egipto para ver a mi madre y a mi hermano, y creo que tuve suerte. Tengo mucha suerte de estar viva.

El veintiuno de enero, Aknur publicaba que Sudán del Sur acababa de alcanzar el récord de un millón de recién llegados debido al conflicto de Sudán. A través de la voz de Shat, se pueden recorrer los pasos de un lugar que Naciones Unidas ha catalogado como la peor crisis humanitaria del planeta.

Nos levantamos pronto por la mañana porque los equipos salen al campo a las siete. Entonces, desde primera hora, cargamos los medicamentos en los coches y reviso que no haya problemas en la carretera. Y si tenemos algún mensaje que debamos difundir al equipo, lo hacemos también por la mañana, antes de que se trasladen al campo. Luego vengo aquí y retomo mis tareas diarias. Si tengo correos electrónicos que responder, si tengo reuniones con la coordinadora en Yuba o con las otras organizaciones y socios aquí en Renk y con el resto de autoridades.

Esto facilitará luego nuestro trabajo.

Los días de Shat se centran en monitorear y dirigir a los equipos de MSF desde la base de Renk.

Proporcionamos una clínica móvil, además de las actividades de salud mental y promoción de la salud, y hacemos un seguimiento del agua para la población que vive en Yervana.

Desde allí, cada día, a las siete de la mañana, varios convoys de Lank Cruiser atraviesan las desoladas y áridas carreteras de este país hasta llegar a los rincones donde los refugiados sudaneses se han instalado. Médicos Sin Fronteras y Oxfam son las únicas organizaciones humanitarias que llegan hasta aquí. Cada día transportan un camión con más de cuarenta mil litros para cuarenta mil personas. Decir que es insuficiente, es insuficiente. Médicos Sin Fronteras ha abierto, además, un centro de emergencias para tratar a los enfermos que llegan constantemente a la clínica.

Malnutrición, malaria, diarreas e infecciones pulmonares son las principales dolencias de los refugiados sudaneses en este remoto lugar, y también de los retornados sudaneses. Schatt es la coordinadora de un proyecto de emergencias formado casi en su totalidad por hombres. Solo hay otra mujer, Cordula, una enfermera alemana que lleva varios meses allí. Schaad enfrenta a diario los retos logísticos de trabajar en un contexto como este, pero también, como mujer, debe lidiar con un equipo de más de veinte hombres de distintas nacionalidades.

Creo que las mujeres somos capaces de hacer cualquier cosa, pero, como sabes, estoy rodeada de hombres y estoy haciendo todo lo posible para comunicarme con ellos de la mejor manera posible. Y a veces, ya sabes, los hombres son tercos. Así que trato todo el tiempo de sentarme con ellos y comprender su punto de vista, pero respetarlos tanto a ellos como a sus respectivos equipos, que son muy, muy humildes y amables. Así que creo que encontramos un buen nivel en el que nos sentamos juntos y negociamos, y podemos ejecutar este proyecto juntos. Por supuesto, esto no es un trabajo solo mío, es un trabajo en equipo, así que, de momento, creo que puedo manejarlos.

Un segundo, ahora volvemos.

Estamos en Yoda, a tan solo cincuenta metros de Sudán. Unas horas después de hablar con Shatd, Elia y yo nos trasladamos allí con un equipo de médicos en fronteras, desde donde vemos la bandera sudanesa ondeando al otro lado de la frontera. Aquí, el tránsito de personas que oyen de la guerra es diario, constante e ininterrumpido, desde que los combates entre las Fuerzas de Apoyo Rápido y las Fuerzas Armadas de Sudán se trasladarán al sur del país en el último trimestre de dos mil veinticuatro. Según Messef, desde diciembre, cinco mil personas han cruzado cada día por este punto, y desde que estalló la guerra en abril, más de setecientas setenta mil personas han entrado por esta localidad, llamada Wantu. Es una carretera recta como una escisión cirujana que conecta dos realidades muy distintas.

A un lado de la frontera hay un conflicto que es asaldado hasta el momento con más de ciento cincuenta mil vidas. Al otro está la seguridad que o provee una nación, Sudán del Sur, también al límite. Estar aquí, en este inhóspito lugar, me trae a la mente todos esos discursos de odio que se proclaman desde la derecha europea más rancia, cuando dicen que estamos saturados o no podemos seguir acogiendo. Aquí, en Sudán del Sur, el segundo país más pobre del mundo tan solo después de Somalia, cientos de miles de refugiados cruzan para encontrar una vida más digna que la que tienen en su país. Así es como suena este lugar.

Lo que se acaba de oír es el sonido metálico de la puerta del camión cerrándose, justo después de que una veintena de personas fueran cargadas en su interior junto a todas sus pertenencias, momentos antes de ser trasladadas hasta Renk, a sesenta y nueve kilómetros de la frontera. Lo que veo son, sobre todo, mujeres y niños con bolsas y cajas cargando a sus espaldas toda una vida. Me sorprende que lleven consigo también los somniers de la cama, como si fuese algo imprescindible o, al menos, algo que les ha costado tanto conseguir que no pueden permitirse dejar atrás. Son rostros agotados por un trayecto migratorio que para muchos ha consistido en semanas, incluso meses. La mayoría de ellos proviene de Hartum y de las aldeas ubicadas al sur de esta importante e histórica ciudad sudanesa.

Ahora se han convertido en refugiados en otro país, pero sus vidas ya no son las mismas, sino que han quedado marcadas por una violencia brutal, perpetrada por ambas facciones, que, según nos cuentan, no se distingue. Tanto las fuerzas de apoyo rápido como el ejército sudanés no tienen en cuenta la vida de los civiles. Luchan por cada palmo de terreno, sin importar las consecuencias de los bombardeos y el fuego cruzado. Ahora, aquellos que sufren eso parten hacia un lugar del que no saben cuándo ni cómo podrán salir. El equipo de Messef regresa a la base de renk.

Mañana empezará otro día igual, los equipos estarán preparados a las siete de la mañana, a punto para partir a los lugares donde nadie llega. No se ven autoridades ni delegaciones del gobierno, nadie. Solamente la bandera de Messef, candea sobre un centro de emergencias levantado en veinticuatro horas.

Como trabajadora humanitaria y como parte de una organización médica, estoy tratando de brindar servicio a estas personas lo mejor que puedo. Cuando voy al terreno, hablo con las personas y les digo, algún día volverás a casa, pero necesitas vivir tu vida, necesitas seguir adelante, necesitas avanzar, porque esto es así, así es la vida, hay altibajos y debemos aceptar lo que pasó. Pero necesitamos vivir y seguir viviendo, por nosotros y por nuestros seres queridos.

Este episodio lo ha grabado y realizado en el terreno Diego Menjiva Reinés, el diseño de sonidos de Nicolás Chavertidis, la edición de Ana Rivera y la dirección de Silvia Cruz La Peña. Yo soy Marta Curiel, y esto ha sido hoy en el país. Gracias por escuchar.

Podcast: Hoy en EL PAÍS
Episode: La guerra de Sudán a través de una trabajadora humanitaria sudanesa