¿Tendrías la misma moralidad? ¿La misma orientación sexual? ¿Tendrías al menos una personalidad similar? Estas preguntas no son nuevas, son cuestiones que filósofos primero e investigadores después llevan muchos años explorando con aproximaciones diferentes. Pero hay una aproximación que arrojaría datos especialmente relevantes.
Se trata de una aproximación tan cruel para los sujetos experimentales que en psicología se conoce como el experimento prohibido.
Imagina que quieres averiguar qué parte de la conducta de un humano está determinada genéticamente y cuál depende de su historia de interacción con el entorno. Una cosa que podrías hacer es ir al momento en que empieza a interactuar con el entorno, en nacimiento o incluso antes porque en el vientre materno también estás interactuando con el entorno, y privarlo de cualquier interacción para ver qué capacidades florecen y cuáles no. Ahora entiendes por qué se llama prohibido, porque implicaría coger a bebés y aislarlos completamente. En este experimento hipotético tendrías que dar un mínimo de soporte vital a los bebés para que no murieran. Tendrías que alimentarlos, lavarlos, darles calor, etc.
Esto implica un mínimo de interacción con el ambiente, pero sería la mínima que necesita el organismo para seguir vivo. A partir de ese mínimo básico, podrías elegir aumentar según conveniencia el grado de interacción con el ambiente. Podrías tener niños vivos pero deprivados de estímulos sensoriales si los mantienes sin luz, sin sonido, sin olores ni sabores, etc. Y ver qué humano sale de ello. Podrías tener niños expuestos a un ambiente normal pero sin contacto social, o niños expuestos a contacto social pero no lenguaje, o expuestos a todo menos a elementos culturales determinados.
Podrías toquetear variables que nos darían mucha información y los resultados serían harto interesantes. Pero a todas miras es un experimento cruel para esos seres humanos y por tanto prohibido.
Pero La realidad es cruel mucho más de lo que podamos a veces imaginar, y en 1970 salió a la luz el caso real conocido que más se ha aproximado al experimento prohibido. Se trata de GINI, uno de los sobrenombres más famosos dentro de la psicología.
California, año 1970. En una oficina de servicios sociales entra una mujer casi ciega con una niña que a simple vista parecía tener unos 6 años, de aspecto y forma de andar extraño. Los trabajadores del centro se dieron cuenta enseguida de que algo iba mal con esa niña. Resultó que no tenía 6 años, sino 13, pero apenas pesaba 27 kilos y no llegaba al metro 40 de estatura. Su comportamiento era completamente extraño.
Madre e hija habían entrado allí por error, pero esa casualidad hizo que saliera a la luz el denominado caso Gini.
La agenda de servicios sociales empezó a tirar del hilo para ver qué había pasado con esa niña. Resultó que Gini había tenido la mala suerte de crecer en un hogar abusivo.
El padre de la niña era un hombre violento e irónicamente un obseso de la protección de su familia. La madre, por contra, era una mujer sumisa y de poco carácter. Este sujeto estaba convencido de que su hija tenía algún grado de retraso mental y determinó que si no la aislaba del mundo, el mundo se la comería. Su solución fue espeluznante. Cuando Jeannie apenas contaba con dos años, la condujo a uno de los dormitorios de la casa en que vivían, la ató a un orinal y decidió que allí la dejaría el tiempo que aguantase.
El tormento duró hasta sus 13 años. Por orden del padre, le proporcionaban el mínimo de cuidados y el mínimo de atención. Cuando no estaba atada a ese orinal, estaba atada dentro de un saco y tumbada en una cuna. No podía mover más que pies y manos, la habitación estaba a oscuras, Solo una rendija permitía el paso de luz, y la casa vivía casi en completo silencio, ya que el padre no toleraba el ruido. Ginny, allí sentada, apenas escuchaba ningún sonido a lo largo de sus días.
La alimentaban solo con pavillas, cereales y algún que otro huevo. Y el padre obligaba a darle de comer con prisa para mantener el contacto con ella al mínimo. Estaba convencido de que la niña moriría y no quería que la madre se encariñase. Apenas le dejaban nada para entretenerse en aquella sala oscura y vacía. A veces le permitían manosear algún objeto de la casa.
El padre a veces le dejaba la guía de la televisión con muchas de las fotos recortadas. El mundo sensorial de Ginny se limitó prácticamente a eso durante todos esos años. La familia tenía prohibido hablarle. Su único contacto con el lenguaje fue lo poco que oyese de los otros miembros de la familia o los gritos del padre cuando se enfadaba. Para mayor escarnio, si Ginyu tenía la mala suerte de hacer algún ruido, su padre la golpeaba y, según dicen algunos informes, la heladraba.
Así pasó toda su infancia hasta los 13 años, cuando su madre, la mujer casi ciega, por fin cogió fuerzas para fugarse con ella. No era una niña a la que hubiesen sacado del mundo real para llevarla a ese pozo. Era una niña para la que ese pozo era el mundo real, el único que conocía.
Se dice que Ginny es la niña que ha protagonizado la realidad más aproximada a un experimento prohibido. El de Ginny es un caso dentro de los denominados niños ferales, niños que han crecido fuera de un entorno social normal, siendo el de esta niña el récord en cuanto a tiempo de deprivación. Ginny apenas tuvo estimulación sensorial, se pasó la mayor parte de su infancia inmovilizada hasta que la rescataron. Y lo más importante, nadie le proveyó de apego ni le trató de enseñar un lenguaje. No fue el experimento prohibido perfecto, pero sin duda es el caso real que más se le aproxima.
Debido a ello, médicos y psicólogos no pudieron evitar preguntarse qué era capaz de hacer y no hacer esta niña. ¿Cuáles eran sus capacidades después de tirarse hasta los 13 años en ese estado deplorable? El informe más completo con el que se cuenta es la tesis publicada por la doctora Susan Curtis sobre el caso. Esta doctora tuvo el privilegio de poder trabajar con esta niña durante los años posteriores a su rescate. Y en cuanto la conoció pudo comprobar que esta niña no había pasado por los hitos normales del desarrollo que se esperan de un niño de su edad.
Aunque tenía 13 años, Ginny no caminaba completamente recta ni podía estirar las piernas ni los brazos. Tenía incontinencia, no sabía masticar, salivaba mucho, escupía sin decoro, y no parecía poder enfocar su vista en cosas lejanas. Eso le daba una apariencia primitiva. Resulta tentador ver este primitivismo como una consecuencia de la vida aislada de la sociedad, como si el aislamiento nos hiciese involucionar. Pero ello no es más que la consecuencia del modo en que la encerraron, atada a un orinal, alimentada con dieta blanda y encerrada en un cuarto pequeño.
A pesar de su calvario, Ginny parecía tener ganas de conocer el mundo. Era vívida y curiosa, y exploraba incansable todos los sitios a donde la llevaban. En el terreno social había cosas llamativas. Ginny buscaba el contacto humano e incluso violaba el espacio personal. Al principio no parecía distinguir con su conducta entre conocidos y desconocidos, a menudo ni siquiera entre personas y cosas.
Se acercaba a la gente que le llamaba la atención y si tenían algo que le gustaba, lo trataba de coger sin más. No había reglas sociales para ella, pero ello no le impidió establecer vínculos con los cuidadores y profesionales que trabajaron con ella. Por suerte, su capacidad de apego no se había quebrado. Pero Ginny tenía un hábito que les traía de cabeza. La niña había empezado a desarrollar su sexualidad en ese aislamiento, sin una sociedad que le marcase límites con normas de conducta.
Por ello, a veces se autoestimulaba los genitales sin decoro y en público, e incluso a veces trataba que otras personas participase, incluso desconocidos. También coleccionaba objetos variopintos para darse placer. Según Susan Curtis, era algo que hacía difícil sacarla a la calle. Su gestión de las emociones también era curiosa. No vocalizaba ni hacía ruido al llorar, seguramente que por la represión al sonido que le impuso su padre.
Cuando se enfadaba, no gritaba, sino que se volvía una silenciosa bola de rabia que escupía, se rascaba y que se autolesionaba. Le pasaron algunos tests psicológicos para conocer el grado de su desarrollo cognitivo, y estos la situaban al mismo nivel que niños de entre 2 y 5 años de edad, a pesar de que tenía 13. Por suerte, en cuanto empezaron a trabajar con ella, este nivel fue creciendo poco a poco.
Pero el lenguaje sin duda fue lo más sorprendente de Ginny y lo más estudiado.
Cuando la descubrieron, Ginny parecía saber decir poca cosa con su voz aguda. Palabras sueltas y alguna pseudo frase como stop it o no more. Un triste testimonio lingüístico de su secuestro. La niña sabía cuándo se le hablaba, sabía reconocer la voz humana, pero no entendía su contenido. Conocía algunos nombres como conejo o madre, y algunos colores.
Sabía cuándo se le decía no y cuándo alguien le preguntaba algo por la entonación, aunque no entendiese el contenido de la pregunta. Por ello, se tenían que comunicar con ella mediante gestos la mayoría de las veces.
Los psicólogos, al encontrarse con un retraso en la adquisición del lenguaje tan grande, vieron una oportunidad única para testar una serie de cuestiones sobre esta capacidad tan humana. ¿Había algo en nuestros cerebros desde nacimiento que nos otorga una especie de protolenguaje a pesar de no estar expuestos a uno? ¿O son todos los elementos del lenguaje una creación cultural? ¿Hay un período crítico para adquirir la capacidad de comunicarse mediante lenguaje o es algo que no tiene fecha de caducidad? Susanne Curtis y otros profesionales se propusieron enseñarle el inglés a Ginny.
¿Pero qué fue lo que pudieron conseguir?
Una de las conclusiones de la tesis de Curtis, tras años de trabajo intentando enseñarle el idioma, contesta a esta pregunta de manera directa. El lenguaje de Ginny está lejos de ser normal. Pero a pesar de las anormalidades, en los aspectos más fundamentales y críticos, Ginny tiene lenguaje. ¿Pero cuáles eran estas anormalidades? No eran pocas.
Para empezar, algunas pruebas indicaban que en el cerebro de Ginny el lenguaje estaba donde no se le espera. El lenguaje es una de las funciones cognitivas que en la mayoría de las personas se haya lateralizado en el hemisferio izquierdo. El hemisferio izquierdo es la parte language-friendly, pero en Gini estaba en el derecho. Parece como si la falta de estímulo lingüístico en la infancia hubiese hecho que esta parte language-friendly hubiese perdido el interés, y cuando llegó el momento de aprender, el lenguaje se desarrolló donde pudo, en donde ya no podía alcanzar todo su esplendor como función cognitiva. Cuando comenzaron a trabajar con ella, lo primero que empezó a adquirir fue vocabulario.
Aprendía nuevas palabras con relativa facilidad. Llevaba bien lo de unir signo con concepto, las palabras con las cosas. El problema empezó a llegar con la gramática y la sintaxis, es decir, con otorgarle una estructura regular a lo que decía. Las frases de Ginny eran a menudo caóticas y muchas veces incomprensibles.
¡Pip! Yo soy... ...Un pez. Mamá.
¿Qué es mamá? Mamá. ¿Qué?
Yo amo a mamá. ¡Yo amo a Shulk! ¡A Shulk! Yo... ...Voy...
...A... ...Ver... ...A mamá... ...El sábado. ¡Sí!
A pesar de que Curtis trató con constancia a arreglar esas construcciones caóticas, Ginny nunca manejó correctamente la gramática inglesa. Era como si la niña hubiese inventado sus propias reglas para el lenguaje y le fuese imposible abandonarlas. Hablaba el inglés Jinning. Había mejorado, pero nunca logró aprender la que era su lengua materna.
El caso Jinning no es el experimento prohibido perfecto, ya que no solo estuvo aislada y deprivada sino también maltratada. No podemos discernir si las carencias en su desarrollo se debían a la falta de estimulación ambiental, a factores como la malnutrición o el abuso, o a si padecía algún tipo de discapacidad de base. Por ello, las conclusiones que se atrevieron a sacar los profesionales que trabajaron con ella son escasas. Por lo general, se acepta el caso Gini como un apoyo a la hipótesis de la existencia de un periodo crítico para adquirir la capacidad de comunicarse mediante lenguaje. Un periodo durante la infancia fuera del cual luego es difícil interiorizar las reglas para empezar a usar un primer lenguaje.
En cuanto a la interiorización de las reglas sociales, Genie hizo grandes avances después de su rescate y logró adaptarse a una vida más o menos normal, pero su desarrollo cognitivo siempre quedó por debajo de la media. Poco se sabe más sobre su vida. La suerte le volvió a abandonar. Su madre trató de recuperar la custodia e impidió que Susan Curtis y otros profesionales siguieran trabajando con ella. Los avances de Ginny se estancaron y el seguimiento de su vida se detuvo.
Algunas fuentes indican que a día de hoy sigue viva y cuidada en alguna residencia de Estados Unidos. Ginny no fue el experimento prohibido perfecto, pero es un caso que habla a favor de lo indispensable que es contar con una infancia plena para dar forma al ser humano. También plantea infinitas preguntas como cómo seríamos como especies si no hubiésemos desarrollado el lenguaje. Si en lugar de por lenguaje hablado nos comunicásemos exclusivamente por otros medios o no nos comunicásemos en absoluto, ¿cómo sería entonces nuestro pensamiento y por tanto nuestra historia como especie. Que piensas con un trozo de carne.
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